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José Carlos Llop

El misterio de las morenas muertas

La morena -o Muraena helena- es un pez temible cuyo aspecto lo emparenta con el congrio en el mar, la anguila en las charcas y las serpientes en la tierra. La diferencia es su forma de boquear mientras permanece agazapada en la roca y un semblante estúpido que sólo revela su ferocidad al mostrar los dientes, tan implacables como los de un maligno gremlin. En eso es vulgar: está lleno de estúpidos que al enseñar los dientes revelan su verdadera naturaleza (lo que no les exime de su estupidez, aunque lo crean, sino que la aumenta).

Pero la morena añade a su aspecto un aire inquietante que a veces alcanza lo tenebroso. En la infancia era el aviso de los peligros nocturnos del mar -"no os bañéis de noche que hay morenas"-. En la adolescencia aparecían las crías -también rabiosas en sus dentelladas- entre las rocas de la cala al pescar crancs peluts -aún estaba permitida su captura y enriquecían el arroz de forma insuperable- con un trocito de calamar. Entonces había que darles con un palo o una piedra en la cola -eso nos habían dicho, no en la cabeza sino en la cola- y así se calmaban y dejaban de parecer una serpiente cascabel en busca de tus pies desnudos. En la juventud las veíamos nadando de un lugar desconocido a otro más desconocido aún o, como he dicho, boqueando al fondo de una roca, con sus ojillos estúpidos y desconfiados, dejándose observar, pero ojo no te acercaras demasiado pues te exponías a perder un dedo con cierta facilidad. En la vida adulta ya da lo mismo: sus cadáveres marrones con motas amarillas se exponen a veces en la pescadería del mercado como si fueran recuerdos de un país donde fuimos felices y uno piensa en las cosas que se pierden, precisamente, en la vida adulta...

Aunque figuren en algunos mosaicos romanos, es ese aspecto tenebroso, su peor fama y una carne que no es mala pero tampoco exquisita, lo que la conserva ahí donde resida. No se pescan las morenas, a no ser por casualidad. Nadie va a pescar morenas ahora; eso hasta que los japoneses descubran en ellas una potente virtud afrodisíaca o de alargamiento de la vida que nos convertirá a todos en expertos devoradores de morenas y viejos conocedores, por supuesto, de esas virtudes recién descubiertas. Ya estoy oyendo la cháchara. Pero de momento no ha ocurrido y la morfología de la morena apunta más a un carácter venenoso que no tiene, que a otro muy benéfico, que tampoco. Sin embargo algo ha pasado con ellas que su mortandad se extiende por el Mediterráneo con una ferocidad pareja a la de sus dentelladas. Entre Eivissa y Formentera han aparecido más de un centenar de cadáveres de morena y en Mallorca ya llevamos media docena, que se sepa. ¿Qué plaga asola la vida de las morenas? ¿Tienen algún secreto que no conozcamos que las convierte en presa codiciada y una vez obtenido se arroja el cuerpo por la borda? ¿Alguien ocultó una fortuna en diamantes en una morena y ahora otro alguien -como en los chistes de Gila- la está buscando?

Los técnicos esgrimen la posibilidad de una bacteria, un virus o "agentes tanto orgánicos como inorgánicos" ( sic). Veo que en zoología ocurre lo mismo que en medicina: que cuando los médicos no saben lo que tienes le echan la culpa a un virus y ahí queda todo hasta que pase. Pero como el mar es grande, hay otros que apuntan a contaminantes en nuestras aguas, a un protozoo arrastrado por los barcos o a la pérdida del ecoequilibrio (este verano ya es el segundo que he visto al cangrejo araña tropical en el fondo del mar: parecen migalas planas ornamentadas con vivos colores en sus patas). Y se asimila la mortal plaga a la desaparición de la nacra hace años. Las posibilidades son amplias pero está claro que nadie sabe nada.

Se han enviado muestras a Galicia hace más de diez días y si ha habido respuesta, hasta ahora no se ha publicado en los periódicos. El misterio de las morenas muertas (si se les llamara "rubias" podría ser el título de un capítulo de Raymond Chandler). Pero si queremos ciencia-ficción bastaría con profundizar en la expresión "agentes tanto orgánicos como inorgánicos", que promete. No lo haremos. Aunque estaremos atentos a si aparecen más cadáveres, cada vez más convencidos de la existencia de una nueva plaga bíblica, castigo de nuestra particular estupidez, cada día que pasa más abundante y extendida. Aunque no boqueemos agazapados en una roca. Todavía.

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