La izquierda atropella a sus votantes en la autopista de Campos y después los abandona en la cuneta, cumpliendo con la tradición de los accidentes de este verano en Mallorca. Culminada la tropelía, la consellera insular Mercedes Garrido proclama marcial que "no voy a admitir la más mínima insinuación de corrupción ni hacia mí ni hacia el Consell, que no se pasen un pelo". Al margen de los hechos, el énfasis verbal y el libreto coinciden con las declaraciones vomitadas tan a menudo por prohombres como Jaume Matas y promujeres como Maria Antònia Munar.
Ni estas amenazas dignas del pistolerismo político logran ocultar que la autopista de Campos es un descarado ejemplo de corrupción, el caso más aparatoso de la legislatura. La Real Academia, cuya autoridad precede incluso al Código Penal, estatuye que "corromperse" es "echar a perder, depravar, dañar, pudrir, pervertir, deteriorar". Echo de menos "prostituir", pero no puede elaborarse un Diccionario a gusto de todos. Los infinitivos anotados se cumplen con creces en la carretera promovida por Garrido, con tanta exactitud como si el Consell Corrupto de Mallorca hubiera decidido inscribir sobre el asfalto los criterios de la RAE en torno a la corrupción.
Si Garrido poseyera nociones de lenguaje no hubiera tenido que conformarse con una carrera política, pero hasta el incorruptible PSOE de Son Espases, Palacio de Congresos y Autoridad Portuaria de Balears podría entender que el Consell ultraprogresista de Mallorca se ha corrompido hasta la médula. Ha empeñado su crédito en una autopista que será el único recuerdo de su gestión. ¿Surgió Podemos para asfaltar la isla? La corrupción es la autopista en sí, no se necesita esbozar los sórdidos pagos que la consellera desmiente con un ardor que intranquiliza. Lo peor no es que el Consell se corrompa, sino que presuma de no enterarse de que se ha podrido.
