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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Urdangarin, condenado a leer

Ha empezado la cruzada para demostrar que Urdangarin no debería estar en la cárcel. A nadie le cabe duda de que las prisiones tendrían una estructura diferente, si sus diseñadores hubieran sabido que cobijarían un día a miembros de la Familia Real. La entrada del cuñado del monarca en el segundo grado de los presos comunes injerta otra contradicción. El condenado a casi seis años puede ser un delincuente, pero en ningún caso se le puede asociar a la vulgaridad. Su trayectoria criminal se desarrolla en un entorno VIP, con yates, palacetes y hoteles de lujo.

Para liberar a Urdangarin antes de que salga de cuentas, es preciso acentuar la incomodidad de su encierro. Se habla de un "diminuto patio", salvo que al multiplicar sus dimensiones supera los 130 metros cuadrados, por encima de la media de terrazas visibles al aterrizar. Se apunta a la instalación, en el complejo consagrado en exclusiva al esposo de la Infanta, de una cinta de correr y una bicicleta estática. En ambos casos, más allá de los gimnasios caseros al alcance de sus compatriotas.

El sacrificio que arrastra Urdangarin solo estalla en su escalofriante magnitud al leer que "consagra su tiempo a la lectura". Imposible imaginar un suplicio mayor para este cautivo. Quienes hemos tenido que devorar por obligación sus obras completas, sabemos que la ordenación de palabras en un texto queda lejos de sus horizontes. El aristócrata dudaba si consagrar sus mejores años al squash o al golf, pero nunca pensó que su situación se agravaría hasta el punto de que su única opción sería un buen libro. La prosa solo sería una tortura semejante para un Donald Trump. Un Urdangarin lector es el mejor criterio para la excarcelación exprés pero, incluso quienes pensamos que la prisión es indigna del ser humano, necesitamos que se aclare con detalle si se trata de situarle de nuevo por encima de la ley. No de liberar, sino de insultar.

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