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Soserías

Lo peor no es el máster

¿Quién no está escribiendo en estos días de estío, de playas chillonas y arboledas dormidas, sobre los másteres? Cada español quiere adornarse, poniéndose las plumas de un sabio lego, con uno de esos másteres sembrado por los nuevos planes de estudio que, acortados en sus dimensiones tradicionales, han crecido y se han alargado -como planta trepadora y enredadera- por el costado del máster. El hallazgo tiene mucho de truculento pero es el inventado en esta España embarazada de ruidos vacuos, esta España trocada por los encantadores en alijo de papanatas. Consiste en arremeter contra las tradicionales licenciaturas, dejándolas en los huesos de un puñado escueto de asignaturas y así lo que, durante más de un siglo, se ha estudiado en cinco años pasa a "no estudiarse" en tres o cuatro encomendándose el resto a un máster. ¿En manos de la universidad pública? No. En manos... en manos de cualquiera: una sociedad mercantil, unos grandes almacenes, el despacho de unos abogados, un consorcio de seguros... lo que sea siempre que el anuncio del producto (porque de producto se trata parecido a una olla exprés) esté formulado en inglés. El colmo de la cursilería es el propio nombre: máster. No maestría: máster... en Marketing digital, máster en Couching y máster en Fundraising y del máster al ranking y del ranking a... al artificio tontuno, al mundo trabucado y de trabucaires, es decir, a la imbecilidad manifiesta. Que es donde estamos. Con decir que hay un máster para conseguir el título de "influencer" me parece que no queda nada por añadir.

Con todo, añado: lo bueno es que este embeleco destinado a acabar con lo más preciado que tiene una sociedad, a saber, la cultura, la formación y la educación, ha sido votado y decidido con entusiasmo por fuerzas políticas que se envuelven en una bandera, la del progreso, convertida así en siniestro sudario mortuorio. Si se hubiera optado por emplear "maestría" en lugar de "máster" habríamos recuperado de paso el egregio nombre de "maestro" que es el que muchos damos a quienes han tenido la generosidad de proporcionarnos el andador para adentrarnos en el laberinto de la vida. Pero, al descartar al "maestro", tenemos al profesor del máster. Y la pregunta inquietante surge de inmediato: ¿hay algún español que no sea profesor de un máster? Me parece que en esta hora de entusiasmos masteriles puede afirmarse que no existe edificio en ciudad española, marítima o mesetaria, que no albergue a dos o tres de estos sacerdotes de triviales cultos. Y lo que es aún más lacerante. Por encima del profesor de máster está el director de máster y, junto a él, el codirector de máster. Terrible pesadilla, querido lector. Porque, de nuevo, pregunto: ¿se sabe de alguna familia que no cuente entre sus miembros con uno de estos "camaleones del viento" como diría nuestro Baltasar Gracián? Ah, Gracián, no lo olvidemos: tuvo el arrojo de defender en el siglo XVII la primacía de la "testa sobre los textos". Al final, de forma implacable, España se compone de alumnos de máster, de profesores de máster y de directores y codirectores de máster, de suerte que toda España ha quedado envuelta en un máster como esos edificios que Christo, artista búlgaro, envuelve en sus paredes de nailon.

El corolario es el título de máster que exhiben quienes lo han cursado y aun quienes no lo han cursado. Unos y otros los cuelgan entre sus trofeos junto al resto de invenciones y tramoyas. Y, como esta sosería va de administrar unas cucharaditas de realidad ¿no acabarán mostrando esos diplomas su condición de trampantojo, de pompa fugaz, de sombra desvanecida entre las sombras?, ¿no se trocarán los cantos de alegría y de júbilo al obtenerlos en lúgubres responsos al mirar en el interior de sus profundidades y de su contenido? El Tiempo, partero de la vida y señor de la muerte, nos lo aclarará.

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