Diario de Mallorca

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Eduardo Jordà

En el más allá

En 1929, desde una de las habitaciones del hotel Príncipe Alfonso, en Cala Major, D.H. Lawrence le escribió al crítico Middleton Murry -el marido de Katherine Mansfield- una de las frases más agrias que conozco: "Ni se le ocurra venir a Mallorca. No serviría de nada. Cuando los dos seamos inmortales, moraremos en diferentes Hades". La frase es magnífica, sí, sobre todo cuando va dirigida contra una persona que nos cae mal o que nos desagrada por los motivos que sean. Pero los muertos no pueden ir a parar a dos moradas distintas en el más allá, porque todos están condenados a compartir el mismo sitio, o el mismo no-lugar, si lo decimos con mayor precisión. En el más allá, o en el Hades -si lo decimos como lo decían los antiguos griegos-, no hay salas VIP ni mansiones de primera clase ni afrentosos suburbios para los muertos que no nos gusten. No, todos los muertos tienen que convivir -o "conmorir"- en el mismo lugar, unos encima de otros, apelotonados de mala manera, sin jerarquías ni distinciones, sin un Hades A para unos y un Hades B para otros y un Hades C para los de más allá, todos clasificados en función de nuestros gustos y de nuestras preferencias. Pues no, todos los muertos están en el mismo sitio, o en el mismo no-sitio, da igual cómo queramos llamarlo porque ese lugar que los griegos llamaban "la casa de los muertos" y los sumerios llamaban "la casa de las siete puertas" no puede tener la apariencia que nosotros queramos darle, sino la apariencia que le da la muerte, que es igual para todos los muertos.

Me acuerdo a menudo de esa frase de D.H. Lawrence cuando oigo hablar de la guerra civil como está ocurriendo estos días, a raíz de la exhumación del cadáver de Franco del Valle de los Caídos. Retirar a Franco del Valle de los Caídos era algo que había que hacer tarde o temprano, y aunque la medida pueda parecer oportunista -y en cierta forma lo es-, es algo que había que hacer algún día. El problema de todo lo que está pasando es que está haciendo revivir un odio y una animosidad que parecían olvidados desde hace muchos años, y que ahora han salido a la luz con un frenesí y una furia que dan miedo. Parece que de repente todos nos hemos contagiado de la misma violencia ideológica que hizo posible la guerra civil, esa violencia que despersonalizaba al enemigo ideológico y lo convertía en un monigote al que se podía eliminar de cualquier manera porque ya no era un ser humano. Y el nivel de agresividad y de odio entre partidarios y detractores de exhumar a Franco está alcanzando tal punto que unos y otros parecen ya dispuestos a morar en diferentes Hades, igual que han hecho con los muertos de la guerra civil, a los que unos han enviado al Hades Democrático donde moran las víctimas de la represión franquista, y los otros han enviado al Hades Patriótico donde moran las víctimas de la represión republicana. Y uno y otro Hades, pase lo que pase, no podrán converger jamás ni unirse ni aceptarse el uno al otro, como le pasaba a D.H. Lawrence con el crítico Middleton Murry.

Lo malo, insisto, es que eso no es posible. Los muertos no moran en dos Hades diferentes, sino en uno solo, en uno en el que siempre reina la oscuridad y el dolor y el vacío. Y en ese Hades, José Antonio Primo de Rivera se encuentra con Federico García Lorca, y le pregunta quién le mató, y cuando Lorca le dice que lo mataron los falangistas, o eso cree, Primo de Rivera le dice que eso no es posible, porque él le tenía aprecio y le admiraba y nunca hubiera querido matarlo. Y cuando a su vez Lorca le pregunta a Primo de Rivera quién lo mató, y éste le dice que fueron los republicanos -es decir, los teóricos partidarios de Lorca-, éste le dice que no puede ser, porque él no hubiera querido que lo mataran porque le tenía aprecio y le respetaba -aunque no compartiera sus ideas- y no quería que le hicieran ningún mal. Y entonces los dos se van caminando por esos senderos infinitos del Hades, entre brumas, sin saber por qué diablos tuvieron que llegar los dos tan jóvenes -33 años el uno, 38 el otro- hasta aquel lugar en sombra donde nunca es de día y nunca es de noche, y donde ahora quizá también conversen alguna vez con D.H. Lawrence y con el crítico Middleton Murry, los dos reunidos en el mismo Hades porque no existen dos Hades distintos para la gente que nos caiga bien o que nos caiga mal.

Cuando se impone la dialéctica del odio contra el adversario, cuando se acepta que no hay nada que aceptar del otro porque ya no es posible la convivencia en un mismo territorio, el paso siguiente es considerar que el adversario debe ser expulsado o aniquilado al precio que sea. Y ni siquiera en el más allá los muertos que pertenezcan al bando contrario podrán compartir el mismo espacio. Esta es la estrategia endemoniada de la acción/reacción que destruyó a la II República y que acabó en una terrible guerra civil que en cierta forma aún no ha terminado. Y esa guerra civil continúa incluso en el más allá, en ese lugar donde los muertos siguen librando los mismos combates, sin derecho al olvido, sin derecho al descanso.

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