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Amenaza temporal

Michael Cohen fue durante años el abogado arreglalotodo ( fixer) de Donald Trump. Un hombre a prueba de bomba capaz de asegurar que no dudaría en recibir un balazo para proteger la vida de su jefe. El hombre, de hecho, al que Trump encargó pagar miles de dólares a dos de sus examantes para que tuvieran la boca cerrada y no arruinaran el tramo final de su campaña presidencial. Sin embargo, la lealtad del fixer se desplomó con estrépito cuando el pasado 9 de abril el FBI registró sus oficinas y encontró grabaciones sobre esos pagos. Unos pagos que, tan sólo cuatro días antes, Trump había negado de plano. Los mismos pagos 280.000 dólares que ahora Cohen declara ante la justicia haber efectuado por orden de su jefe, incurriendo en financiación ilegal de la campaña. Un puñado de dólares, en fin, que puede acabar resultándole más letal al magnate que la supuesta conspiración con Rusia para ganarle las elecciones a Hillary Clinton.

Trump no está acabado. Sin embargo, la pinza se estrecha, los nubarrones se acumulan y para disipar la tormenta el presidente de EE UU va a necesitar algo más que un torrente de tuits. Examinando el mapa de la batalla se observa que uno de los brazos de la pinza reza "obstrucción a la justicia" y el otro predica "mentira". Y sobre ambos flota, más difusa, la sombra de la conspiración. El fiscal especial Mueller entró en juego, en mayo de 2017, para dilucidar si Trump había obstruido a la justicia al destituir días antes al director del FBI, James Comey. El defenestrado investigaba las relaciones con el Kremlin del efímero consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, general Mike Flynn. A Trump no le gustó esa investigación creía saldada la deuda con la cabeza de Flynn y pidió "fidelidad" a Comey. Este se limitó a ofrecerle "honradez", su cabeza también rodó y Mueller salió a escena. Pero investigar si Trump obstruyó a la Justicia obligó al fiscal especial a explorar a fondo la trama rusa. Como resultado, han salido a la luz indicios más que alarmantes de que, en efecto, hubo conspiración. Y aunque va a ser difícil probar que Trump estaba al tanto, va a ser más fácil acusarle de obstaculizar las investigaciones. Lo cual sería causa suficiente para que el Congreso inicie un proceso de destitución ( impeachment).

La segunda causa de destitución la acaba de servir Cohen con su autoinculpación. Trump tuiteó ayer a voces que su delito electoral es mínimo y puede saldarse con una multa. Cierto. Sin embargo, el abogado de una de las mujeres silenciadas, impulsor de la querella que ha llevado a la confesión de Cohen, tiene ahora más cerca su viejo propósito de que el presidente declare ante la justicia si ordenó o no los pagos y, por tanto, si mintió meses atrás al negarlos. Nixon dimitió porque había mentido y Clinton tuvo que redefinir el concepto de sexo para convencer al Congreso de que no había mentido sobre sus relaciones con la becaria Lewinsky. Para despejar el riesgo de verse sumido en un proceso de impeachment, Trump necesita que los republicanos conserven las dos cámaras del Congreso en las elecciones de noviembre. El Senado lo tienen en el aire desde hace meses y los Representantes se les han complicado con la confesión de Cohen. Amenaza, pues, temporal sobre un magnate al que sólo unas urnas propicias le podrían servir de pararrayos.

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