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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Atropella y sal corriendo

Ningún conductor puede asegurar que jamás atropellará a un niño en un paso de cebra. Después están los conductores a quienes les importa un bledo atropellar a un peatón en un paso de cebra, y son más de los que parece. La última incorporación a la carnicería de las carreteras mallorquinas consiste en arrollar a una persona y salir corriendo, para no perderse la reposición de la telebasura. Nadie sabe cómo reaccionaría en esa circunstancia dramática, y el instinto de fuga se asienta en nuestros genes, pero la reiteración de los hit and run obliga a otorgarles la categoría de fenómeno social. Donde los perpetradores, y desde luego las víctimas, son indiferentemente hombres o mujeres. El poder sobre el asfalto dimana del vehículo artillado y no del sexo.

"Atropella y sal corriendo" ha sido el feliz lema del urbanismo mallorquín, tal vez no deberíamos exagerar su implantación en las carreteras. De ahí que no me atreva a aventurar una teoría, que solo les planteo en hipótesis. ¿Creen ustedes que el desprecio olímpico a la suerte de quien acabamos de atropellar refleja una Mallorca rota, en la que todo lo que compete a otros seres humanos nos es ajeno? Sin calificarlo ni penalmente, al que huye tras destrozar a otro solo le importa su propia supervivencia. Impone la ley de la selva.

La jungla gentrificada mallorquina ha disuelto los vínculos. La persona atropellada será siempre un extraño, que además no debería estar ahí. La irregular pero apreciable película El pacto plantea con eficacia la disolución egoísta de una sociedad, de la que Mallorca es avanzadilla. Nadie tiene derecho a interponerse en mi camino, o tendrá que vérselas con mi todoterreno. Si alguien tiene que morir en la isla alienada, que sea ajeno. Volviendo a los pasos de cebra, y esto si es una tesis que llevo documentada, son mucho más respetados en los barrios con vecindario que en los anónimos entornos de aluvión.

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