En el reciente libro El Nix, de Nathan Hill, uno de los personajes que ha vivido de joven los movimientos estudiantiles de Chicago de 1968, indica (en la página 325 de la versión castellana) como uno de los grandes males globales actuales de nuestra sociedad la paradoja de un mundo que asiste perplejo a los fantásticos avances tecnológicos al tiempo que convive con la cruda realidad diaria.

El personaje lo ejemplifica explicando cómo la gente consulta el móvil y se pregunta: "¿Cómo es posible que un mundo capaz de producir algo tan increíble como esto sea tan mierdoso?"

Esta frase, sacada del contexto de un libro fascinante, sirve para resumir el malestar europeo y por extensión global. Es una obviedad repetida por expertos que van desde Bauman a Piketty pasando por Joaquín Estefanía que nos encontramos ante los efectos de una crisis que por encima de todo ha dejado la percepción de que un modelo se ha desmoronado a nuestro alrededor mientras los más ricos se han enriquecido todavía más al tiempo que vivimos cambios tecnológicos que no dejan de maravillarnos y transformar nuestras vidas.

En Europa ya es evidente que hay ganadores y perdedores después de estos años, y paradójicamente muchos ciudadanos y ciudadanas de los países de la Unión Europa identifican a los ganadores con el proyecto europeo supranacional y de derechos y libertades individuales. Hoy grandes capas sociales en ciudades y zonas rurales europeas sienten que estos elementos que hasta hace poco eran una victoria del bienestar les provocan pérdida de calidad de vida, peores salarios y, sobre todo, una pérdida de identidad que se ha convertido para muchos en el último bastión para "salvarse" frente a la globalización.

Un debate sobre el futuro modelo europeo plenamente real, en la calle y ya en las urnas, que ha llevado a nuevos líderes al poder desde el proteccionismo, el miedo al otro, la identidad y el anti-europeísmo que hacen temer que el hasta ahora eje de Visegrado llegue hasta las puertas de Sicilia y se cimente en las montañas austríacas.

Un eje nacionalista, identitario y proteccionista cada vez más expansivo dentro de una Europa que pena para recuperar el rumbo de un proyecto común a menos de 12 meses de las elecciones que van a estar definidas por la palabra identidad. El America First versión nacional-europea.

Visto desde los gobiernos de algunas capitales como Viena o Roma, estamos pues en plenas vacaciones de agosto frente a un mundo deleznable en palabras de la novela de Nathan Hill, pero al mismo tiempo capaz de maravillarnos con cambios tecnológicos apasionantes con el telón de fondo de una lucha ideológica en la que los movimientos reformistas, de izquierdas y progresistas se encuentran ante un proyecto bien asentado, anti-europeo, conservador extremo, populista, xenófobo en algunos casos y en términos anglosajones no-liberal.

En un lado de la balanza gobiernos como el polaco, el húngaro, el austríaco, y ahora también el italiano. Legítimamente elegidos y que representan una visión del mundo muy de acuerdo con el modelo Trumpista soberanista, autoritario y en muchos casos en clara regresión de derechos y libertades individuales, que han sido y son bandera de progreso de estos últimos años y que ahora son frente de combate de estos nuevos modelos de gobierno.

Frente a esta ascensión hay un modelo que se enraíza con el anhelo de un Estado Social Europeo, fruto de la democracia liberal, la separación de poderes, el socialismo y la economía social de mercado. Que no hay que engañarse, muchos ciudadanos observan con escepticismo tras esta crisis devastadora que sobre todo ha dejado un mundo más desigual.

La paradoja en cambio es abrumadora: ante un mundo de bienes, servicios y finanzas más globales que nunca se hace una llamada seductora al soberanismo nacional, al proteccionismo, al cierre de fronteras y a las retorsiones comerciales. Todo muy conocido y convincente frente a la realidad veloz del siglo XXI.

Pioneros de este "modelo viejo", como los vendedores del repliegue mediante el Brexit como la salvación espiritual del siglo XXI, ya están viendo cuáles son las consecuencias.

Sin embargo, el auge de un proyecto nacional contra Europa, desde el miedo y basado en la identidad tiene mucho caldo de cultivo para el éxito si los proyectos reformistas y progresistas como el de Portugal, el proyecto de cambio de Pedro Sánchez o las propuestas de Corbyn en el Reino Unido no se materializan a nivel transnacional, a nivel europeo.

Un proyecto que no mire por el retrovisor de lo construido, sino que pilote a la Unión Europea del siglo XXI convirtiéndola de una vez en un gigante político desde un proyecto federal, con un proyecto propio de Defensa y Política Exterior Común, con el desafío de la igualdad y la transición ecológica como retos comunes, con un proyecto político que recoja la pluralidad y apueste por un modelo económico social y de mercado, que permita una mayor redistribución, con un proyecto que tienda a crear un espacio económico, monetario y social común, y con políticas tan solidarias como firmes en una migración que es una realidad que debe ser regulada. Que no manipulada ante la sociedad. Porque este siglo es el siglo de la migración como lo es de la tecnología.

Como regulación debe de haber para los mercados financieros y las grandes compañías tecnológicas.

En definitiva, la fuerza y las ideas del gobierno de Pedro Sánchez, el afán de impulsar el proyecto europeo de Macron frente a la Europa sonámbula claramente reconocible y el impulso social portugués permiten una base para buscar entre todos desde nuestra diferencia un pacto político de bienestar europeo frente al malestar creciente.

Un malestar basado en un discurso políticamente incorrecto que ha dejado fuera de juego incluso a la derecha clásica reformista y liberal europea, que hoy anda a la deriva acercándose peligrosamente a los populismos salvinianos más recalcitrantes.

Tal como lo definió Ulrick Beck hace unos años, ante el abismo del extremismo que ha producido el malestar social de estos años, necesitamos un "nuevo contrato social europeo". De lo contrario modelos como el austríaco, el polaco o el italiano pronto pueden estar en Alemania, Francia o España.

* Diputat socialistes per les Illes Balears