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Los tatuajes, en auge

Los permanentes a que aludo (los hay temporales, que sólo tiñen la piel) se consiguen mediante el depósito de pigmentos insolubles en la dermis. Y es una moda que parece ir en aumento. Leí que cien millones de europeos se tatúan cada año, lo que induce a preguntarse el por qué y así lo he hecho tras ver este verano, cada vez con mayor frecuencia, no ya una flor o el socorrido corazón, sino un verdadero laberinto de colores que tapiza cuanto alcanza la vista y, más allá, a saber tú.

En la novela de Hrabal Trenes rigurosamente vigilados, el Factor de la estación de ferrocarriles había estampado todos los sellos de que disponía en el culo de la telegrafista, aunque el expediente que se le incoó no obedeció a una denuncia por parte de ella -que se tumbó, complacida, sobre la mesa para facilitar la tarea-, sino porque tras ser descubierto el devaneo, se comprobó que la mitad de cuantos mostraba el trasero estaban en alemán, lo que se consideró una grave afrenta al Reich. Desde aquellos días el asunto ha ido a más, y Angelina Jolie es sólo un ejemplo de eso que han dado en llamar Body Art: tan amplia la definición que puede abarcar desde una bandera (también útil caso de acudir a cualquier manifestación) a cualquier pensamiento asumido como consustancial por el personaje en cuestión y, en consecuencia, grabado.

Con esos mimbres, tal vez no fuese impropio pensar que dime lo que llevas tatuado y te diré, si no quién eres, lo que pasó un día por tu cabeza, aunque sin duda las motivaciones para convertirse, llegados al extremo, en lienzo viviente, pueden ser múltiples: quizá pasar a fanático vocero sin precisar de palabras, verse distinto y mejorado siquiera en la superficie, romper la monotonía de lo ya sabido y requetevisto frente al espejo, superando de ese modo el "infierno cotidiano" de que hablaba Bourdieu o, llevada la presunción más allá, obedecer al deseo por cambiar ese original que no da más de sí. Sea como fuere, también podría subyacer un algo de egotismo y pretender que le miren; despertar curiosidad o destapar la sorpresa al convertirse uno mismo en vehículo cutáneo del arte o el pensamiento, en línea con quien afirmó que los soportes tradicionales para la obra creativa llevan camino de la obsolescencia.

En cualquier caso, hay pulsiones que merecen pasar por el tamiz del análisis, y el tatuaje sería junto al independentismo otra más, dado que, como éste, no está exento de posibles efectos secundarios indeseables. Convendrá recordar que las tintas generalmente usadas contienen pigmentos orgánicos pero también, en muchas ocasiones, compuestos potencialmente nocivos. níquel o cromo (considerados carcinógenos), hierro, cobre, plomo, cadmio (reacciona a la luz solar produciendo quemaduras), cobalto o dióxido de titanio, empleado con frecuencia para crear sombras de color aunque produzca picores y, si inhalado, pueda ser también responsable de algunos cánceres. Debería asimismo conocerse por quienes pretendan tatuarse que, de vez en cuando, se utilizan colorantes no autorizados para dicho uso, lo que incorporaría riesgos suplementarios.

Se sabe de complicaciones frecuentes: infecciones cutáneas de causa bacteriana o viral (hepatitis), granulomas en el lugar de aplicación de los colorantes o reacciones alérgicas pero, además, y ello habría de ser motivo de reflexión adicional, las sustancias inoculadas migran desde la piel a los ganglios linfáticos, que pueden inflamarse (adenitis). El hecho se ha comprobado fehacientemente tras la extirpación ganglionar como parte del tratamiento en algunas neoplasias (cánceres de mama, cuello uterino, melanomas, tumores testiculares€) y la observación, caso de que los enfermos portaran tatuajes, de pigmentos procedentes de los mismos en los ganglios analizados para la detección de posibles metástasis tumorales. Ello no significa, por lo menos hasta el presente, que pueda afirmarse una inequívoca relación entre tatuajes y cáncer; sin embargo, y aunque falten estudios de seguimiento a largo plazo y con número suficiente da casos para concluir si acaso la biodistribución de los compuestos inyectados y su metabolismo podrían inducir la aparición de tumores malignos, las toxicidades ya demostradas deberían bastar para renunciar al castigo de la piel.

Y de persistir en el deseo, quizá cabría proponer, por parte de quienes lo realizan -asunto distinto es que las ganancias primen sobre otras consideraciones-, la alternativa de tintas chinas específicas que puedan eliminarse mediante láser. Por lo demás, una adecuada introspección por parte de los candidatos, objetivando hasta donde fuera posible los porqués de la querencia, quizá contribuyese a la búsqueda de opciones más inocuas para el refuerzo de la propia imagen.

Con dicha perspectiva, tomarse un tiempo para sopesar adecuadamente pros y contras y, en ciertos casos, la oportuna asesoría profesional -psicólogos y dermatólogos no estarían de más-, podrían evitar en algún porcentaje de esos llamativos cien millones las contingencias citadas. Ignoro si Angelina Jolie era consciente de las mismas, pero sin duda el Factor de la estación de tren en el libro aludido, ya que no la del trasero estampado, hubiera dado marcha atrás, visto el castigo, de haber tenido oportunidad.

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