Una vieja máxima asevera que para conocer a los pueblos conviene visitar sus mercados y cementerios, donde se refleja el cuidado de la vida y la muerte. A modo de símil, quizás se podría sostener que para pulsar el latido de nuestras ciudades no deberíamos fijarnos en sus grandes realizaciones arquitectónicas ni en sus proyectos más publicitados, sino en la letra menuda de la vida cotidiana, es decir, en el cuidado de las bibliotecas y los centros de salud, la calidad del transporte público y el mantenimiento de las plazas y los parques, el control de la contaminación acústica y el correcto funcionamiento de la recogida de basuras, la programación cultural y los polideportivos de barrio. El atractivo de las ciudades se mide por su monumentalidad, pero su calidad de vida depende de algo mucho menos vistoso, como sería ese "currículum oculto" que, según el profesor Gregorio Luri, alumbra la educación de éxito y sirve también para demostrar que son las pequeñas cosas las que confirman el bienestar general.

Uno de los ejemplos más obvios del valor de la gestión cotidiana lo hemos tenido esta semana al constatar la falta de previsión por parte de las autoridades respecto a los vertidos de aguas residuales en Palma, que ha provocado el cierre temporal de playas tan emblemáticas como Can Pere Antoni y Ciutat Jardí. Se trata de un hecho grave, no sólo por la pésima imagen que ofrece de la ciudad en plena temporada alta, sino también por los riesgos que supone para la salud. Las deficiencias en la red de depuración de aguas y alcantarillado -con inversiones pendientes desde hace años- vienen de antiguo y sus problemas sólo son achacables a una mala planificación que se remonta más allá del actual equipo municipal, aunque no por ello su responsabilidad sea menor después de tres años al frente de Cort. Hay que recibir con satisfacción el anuncio realizado el pasado jueves por la regidora y presidenta de EMAYA, Neus Truyols, de la próxima modernización de la depuradora de Es Coll d´en Rabassa -que gestiona las aguas fecales de la ciudad- y la puesta al día del alcantarillado, además de la construcción de una nueva tubería subterránea para conectar las Avenidas con la depuradora; inversiones que, en su totalidad, ascienden a una cuantía muy superior a los cien millones de euros y que se desarrollarán en los próximos cuatro años. Pero, así como debemos saludar estas medidas, no podemos obviar una serie de preguntas cruciales: ¿por qué no se ha hecho antes? ¿A qué se debe esa recurrente mala planificación de nuestras autoridades? ¿Y por qué hay que esperar que suceda lo inevitable -en este caso, el cierre de playas- para actuar con decisión?

Cualquier respuesta que demos a tales interrogantes produce cierta inquietud y sugiere como mínimo el olvido de esa letra menuda, esencial para el bienestar cotidiano de las sociedades. No es una cuestión exclusiva de Palma ni que se centre únicamente en el estado de nuestras depuradoras. La recogida de basuras, por ejemplo, constituye un grave problema que, en el caso concreto de Palma, EMAYA no ha sabido resolver y que afecta de forma inmediata el estado general de las calles. Otro estudio, llevado a cabo por investigadores del ICTA-UAB y publicado esta semana, nos recuerda que las playas mallorquinas son las segundas más contaminadas del Mediterráneo a causa de la basura. Es una realidad que, sencillamente, debemos afrontar cuanto antes.