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La tercera columna

La otra cara de la crisis

Pensando en las consecuencias de la crisis económica, he recordado el experimento de la cárcel de Stanford. Un estudio de psicología social llevado a cabo en 1971 por un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford, liderados por el psicólogo Philip Zimbardo. El trabajo consistía en analizar la evolución del comportamiento al simular una cárcel ficticia en la que un grupo de voluntarios asumía el rol de carceleros y el otro grupo el de prisioneros. Los carceleros fueron desarrollando una actitud cada vez más autoritaria y violenta mientras que los prisioneros asumían un papel de sumisión e inferioridad frente a éstos. Finalmente, el experimento se les fue de las manos y tuvo que ser suspendido. Más allá de las críticas y dudas que este estudio genera, y salvando las distancias que son muchas, lo recordaba al pensar en las consecuencias sociales y laborales que la crisis económica está dejando a su paso, sobre todo en relación con el aumento de la precariedad en el trabajo y cómo ésta influye en el comportamiento de las personas.

Según Eurostat, España viene siendo el tercer país con mayor índice de precariedad laboral desde 2013. Un dato poco edificante que de forma objetiva viene a poner negro sobre blanco acerca de cuál es la situación en ese sentido.

La última reforma laboral de 2012, sin duda, ha contribuido a que esta realidad se vea agravada a través de la estrategia de la flexibilidad interna, evitando la destrucción de puestos de trabajo a cambio de bajar los salarios y aumentar la temporalidad en la contratación. En conclusión, creamos empleo pero precario. Mención aparte merece el problema de los falsos autónomos: empresas que ofrecen puestos de trabajo a cambio de que sean los trabajadores quienes asuman el coste del alta en la seguridad social. Es decir, autónomos que hacen el trabajo de personas asalariadas.

La elevada precariedad laboral ha creado un contexto, en cierto sentido, óptimo para el desarrollo de actitudes basadas en el abuso de poder de un lado frente a la aceptación y el miedo del otro lado. Por eso, recordaba el experimento de la cárcel de Stanford. El miedo a perder el puesto de trabajo hace que se acaben aceptando situaciones injustas e incluso, en ocasiones, fuera de la legalidad. Hace unos días, el portavoz de la Unión Progresista de Inspectores de Trabajo, Fermín Yébenes, en declaraciones a un programa de la Cadena Ser, decía que nunca había visto tanta mezquindad como en los últimos años, apuntando a las formas con las que algunas personas se comportan sobre otras. La otra cara de la crisis.

Cuando se acaba de cumplir el 130 aniversario de la UGT, conviene que reivindiquemos el papel fundamental que las organizaciones sindicales han ejercido históricamente en la conquista de los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Un papel que, necesitamos que sigan ejerciendo a día de hoy como cortafuegos a una realidad laboral que está minorando derechos y algunas cosas más.

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