Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joan Riera

TEMPUS EST IOCUNDUM

Joan Riera

Guarros en la playa y en la calle

Unos ensucian y los otros se ven obligados a limpiar. En la edición del jueves de Diario de Mallorca se publicaba una información de Mar Ferragut explicando que los bañistas arrojan en las playas isleñas 250.000 residuos por kilómetro cuadrado, cantidad que aumenta a los 316.000 en julio y agosto. Un disparate desvelado gracias al proyecto Med Blue Islands, que se ha desarrollado también en Sicilia, Malta, Rab (Croacia), Creta, Rodas, Mykonos y Chipre.

Unas páginas más adelante del mismo ejemplar, Biel Capó informaba de que en la playa de Cala Millor se habían recogido decenas de miles de colillas en el marco de la campaña Llosca x Llosca, una iniciativa de Miquel Garau que limpia los arenales de Mallorca de los restos que arrojan los fumadores ajenos a cualquier síntoma de civismo.

Unos voluntarios -a los que habría que sumar los concesionarios de playas y los ayuntamientos- limpian basura que otros arrojan con total impunidad.

Está claro quienes afean nuestras playas, las cunetas de nuestras carreteras, nuestros bosques y nuestras calles. Son maleducados sin distinción de nacionalidad. Entre esta fauna se encuentra el fumador incapaz de conservar el residuo final de su cigarrillo para echarlo en el lugar habilitado. Se le ve en la playa, pero también en la autopista, cuando el conductor que va detrás se lleva un susto al saltar chispas sobre el asfalto. Suerte hay si no arroja la colilla en un bosque y causa un incendio.

Otra clase de guarros militantes son quienes convierten un diámetro de diez metros alrededor de su toalla en un basural donde acumula mondas de sandía, latas de refresco y servilletas de papel. Un caso agravado es el de quienes se plantan en la playa la noche de San Juan para oficiar ritos de purificación -se me escapa la risa cuando lo escribo- y vomitan sobre la arena restos de velas y hasta condones si la ceremonia incluye algún apareamiento sexual.

Los científicos deberían explicar por qué miles de supuestos seres inteligentes pueden cargar con neveras repletas de bocadillos, garrafas con cinco litros de agua, botellas magnum de vino y, sin embargo, las fuerzas no les alcanzan para recogerlas y depositarlas en un contenedor cuando están vacías y, en consecuencia, pesan mucho menos. Si los hombres de ciencia están ocupados, Iker Jiménez sería una buena opción para hallar una respuesta paranormal a una actitud que no es nada normal.

Tampoco tiene explicación que existan ciudadanos incapaces de mirar un reloj a la hora de sacar la bolsa de basura o un calendario para dejar los muebles a la calle.

Resulta evidente que Mallorca no es Singapur. En la ciudad-Estado de Asia se multa con 2.000 euros a quien tiene la disparatada idea de echar una colilla al suelo. En algunos casos las sanciones superan los 15.000 euros y Mauricio Arrivabene, jefe de la escudería Ferrari, fue arrestado en 2015 por este gesto tan habitual en su país y el nuestro. Aquí las policías locales conocen el Código de Circulación, pero les resultan ajenas la mayoría de las ordenanzas municipales.

Los colegios educan a sus alumnos en la separación de residuos o en el reciclaje. Sin embargo, muchos de los que en las aulas se comportan como expertos obvian todo lo aprendido en cuanto agarran unas cervezas, una botella de ginebra y una de limonada para montarse un botellón junto a un bosque, en un aparcamiento o en un paseo marítimo. ¿Qué falla?

Compartir el artículo

stats