Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Las cosas inútiles y la capacidad de adaptación

Igual que nos acostumbramos a convivir con un yogur caducado en la nevera, hemos acabado asumiendo que las dificultades burocráticas son normales y, lo que es peor, que no podemos hacer nada para remediarlas

lgunas personas tienen una gran capacidad para adaptarse y convivir con cosas que no funcionan, que son inútiles o que no están en su lugar. Son como errores sutiles de un código informático. Son molestos, pero no lo suficiente como para ponerse manos a la obra y resetear el ordenador. El verano da mucho de sí. Por eso, entre playa y playa, toallas rebozadas de arena y chancletas, he comenzado a hacer un estudio empírico en mi hogar, dulce hogar, para extraer resultados que corroboren la teoría. Las conclusiones son sorprendentes.

He contemplado con gran asombro cómo un tetrabrik de leche vacío ha mantenido un espacio privilegiado en la puerta de una nevera pequeña cinco días seguidos. He visto a varios sujetos abrir el electrodoméstico, coger el envase, zarandearlo, olerlo y volver a dejarlo en el lugar exacto en donde lo habían encontrado. Que viva la pachorra. Tuve que reunir al cónclave familiar para explicarles que los recipientes son seres inanimados y que, por tanto, no tienen capacidad para llegar solos al cubo del reciclaje. Como quien ve llover. He repetido el experimento en varias ocasiones. Una casa limpísima y ordenada pero, vaya, hay un calcetín fuera de lugar, o una moneda en una esquina, o un cuadro torcido, o un tubo del papel higiénico entre los grifos del bidet. El resultado ha sido el mismo en todos los casos. La gente ve algo que no está en su sitio pero, por pereza, no hace ningún esfuerzo por ordenarlo.

Igual que los míos se han acabado acostumbrando a convivir plácidamente con medio limón reseco y un yogur caducado, otros nos hemos acabado habituando a maneras de hacer con peores consecuencias. Podríamos hablar de mirar el teléfono cuando no hay que hacerlo, de conductores que no paran frente a un paso de cebra o de esas personas que jamás saludan al llegar a un sitio. Pero no. A lo que realmente nos estamos acostumbrando, sin casi esperanzas para remediarlo, es al tiempo inútil que invertimos en cuestiones burocráticas y al maltrato al que a menudo nos vemos sometidos por entidades o administraciones que tienen la sartén por el mango. Me topo con una señora desolada a la salida de un banco. "Tengo aquí mi pensión y por cada transferencia me quieren cobrar seis euros de comisión. Para evitarlo tengo que hacer las gestiones por internet. No puedo molestar a mi hija para esto y no sé usar el ordenador", cuenta angustiada. Hay que ser valiente, o tener una clara necesidad, para enfrentarse al papeleo y a las firmas compulsadas que exigen para cambiar una domiciliación del recibo del agua, cancelar una cuenta corriente, dar de baja una línea telefónica o solicitar la revisión de la factura de electricidad. Una compañía aérea ha dinamitado las únicas vacaciones de una amiga. La dejaron en tierra y, además, la ningunearon con sus silencios y actitud pasota de "sí, sí, reclame". Como si nada. Vivimos sometidos a la tensión de los plazos, papeleos, avisos, notificaciones y justificaciones.

Ansío que en casa dejen de normalizar la convivencia con el envase vacío de leche y deseo que "los grandes" (y ahí caben muchos) contribuyan a facilitar la existencia de los ciudadanos y no todo lo contrario. Vivir ya es en sí complejo. Los trámites para hacerlo no deberían serlo.

Compartir el artículo

stats