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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

El orden del día

22 de febrero de 1933. Reunión secreta en el Reichstag. Los 24 mayores industriales de Alemania son llamados a la cancillería para conversar sobre su apoyo económico a un Hitler todavía en mantillas pero ya en el poder. Todos ceden y apoyan al salvador de la patria. Los Krup, los Siemens, los Vögler y un etcétera de personas respetables convienen en apoyar al nuevo líder que arrasa. Todos sabemos lo que sucederá más tarde, desde Checoslovaquia a Auswitz. El paso de la oca sobre una Europa ingenua y un tanto aterrada ante el poder soviético. Pero a lo que íbamos, que los 24 grandes del dinero alemán convenían en apoyar al hombre del bigote recortado y mirada desafiante. Era una oportunidad dorada. Era el momento de dejarse de tonterías éticas y apostar fuerte por una gran Alemania dominante. Cañones y tantas cosas más. Al cabo, siguen en el poder empresarial como si tal cosa. Algunas desperdigadas indemnizaciones a judíos impertinentes. Construir y vender armas y necesidades invasoras siempre es lucrativo.

Había comprado hace meses en Literanta, la novela del Goncourt del año pasado, Eric Vuillard, de quien había oído comentarios positivos hace algún año. Y como me gustan un montón los textos de realidades noveladas suficientemente serios y concisos, palpé el volumen, lo hojeé, para después dejarlo en una pila de libros en desorden de consumición. Ahora mismo, entre descansos y fatigas agosteñas, lo leo y me deja sin palabra: en absoluto un texto deslumbrante, pero sí una terrible aproximación a la reunión del 22 de febrero de 1933 ya citada. El autor supone detalles psicológicos de cajón, pero que confieren a la narración ese tono de intromisión cínica en aquel salón donde el nazismo se jugaba su capacidad económica para arremeter contra sus pacientes enemigos. Y relaciona el convenio del dinero industrial con personas, futuros y aconteceres bélicos., brevedad. 114 páginas editadas por Tusquets en su colección Andanzas. Y juzgo necesario escribir sobre este volumen para que intenten leerlo y sacar sabias consecuencias.

Pienso yo: ¿Cuántas reuniones semejantes tiene lugar una y otra vez en nuestros días para apoyar, tan solo con dinero y objetos necesarios para el exterminio, a dictadores africanos, a totalitarios sudamericanos, a oscuros magnates del petróleo, a mafias narcotraficantes, a cárteles de la prostitución y trata de blancas, a negocios millonarios y seguramente criminales directa o indirectamente? Porque cuanto sucede y costa por los medios, con todas las exageraciones que se quiera, inexorablemente encuentra su origen en el tráfico económico sucio, oscuro, de vez en cuando detectado pero casi siempre no. En ocasiones descubrimos un nombre que nos sume en la perplejidad: el corrupto pasa a constituir un personaje deleznable, pero casi nunca seguimos la pista que nos llevaría a lugares insospechados, mucho más peligrosos que los paraísos fiscales. Pero en todo caso, a la media el tipo en cuestión desaparece de la circulación mediática y esa pista terrible también desaparece aunque siga igual. La lección personalizada nunca basta. Los nombres significan pero solamente las instituciones permanecen.

Tres interrogantes: ¿Quién apoya al nicaragüense Ortega, con qué dinero masacra, de dónde procede, qué precio paga por matar a ciudadanos inocentes? ¿Cuáles son los capitales que apoyan a Erdongan, siempre vestido con elegancia occidental pero enemigo furibundo de nuestra cultura donde los haya?, y en fin, ¿Quiénes ofrecen dinero evidente a Putin, que se reúne con Trump como dos pistoleros del antiguo oeste sin que nadie los controle? Siempre descubrimos alguna secretísima reunión al socaire de aquella del 22 de febrero de 1933, si bien, con los adelantos tecnológicos del momento, no sean tan necesarias y basten unas palabras en un correo electrónico, en un móvil o en un mensaje transportado por algún mensajero al que después se elimina. En la actualidad, los señores de cuellos almidonados casi nunca se reúnen, y si lo hacen solamente es para charlar distendidamente sobre nuestro futuro pero entre sonrisas y comentarios jocosos, amables, cercanos. En hoteles de montaña o en santuarios inalcanzables.

Vuillard nos empuja hacia este abismo sin nombre. Para nada ni él ni yo mismo pretendemos demonizar el dinero en sí mismo, en absoluto. Nuestra inteligencia y realismo nos lo impide. Pero sí nos ayuda, con "El orden del día", su texto emblemático, a reflexionar sobre los orígenes de la realidad criminal y sus impolutas implicaciones dinerísticas. Ya nos Hitler. Es algo mucho más turbio cono otros nombres.

Comprendo que agosto no invita a estas meditaciones desagradables, pero sabe dios si sería conveniente optar por alguna semejante. El volumen queda citado.

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