Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sol y sombra

Un tatuaje errado

No me gustan los tatuajes. Quizás es que he llegado demasiado pronto o que no siento una especial admiración por la estética corporal maorí. Tengo entendido, además, que para grabarse uno hace falta asumir el hecho con paciencia y dolor: la primera no es una mis virtudes y en umbral de sufrimiento estoy por los suelos.

Estos días, a propósito del infeliz que se dejó tatuar en la frente el nombre de un repugnante cretino a cambio de dinero, he leído una curiosa historia sobre el poder persuasivo que los tatuajes van adquiriendo sobre las identidades de ciertos seres humanos.

Sucedió en Suecia y no sólo por ello produce escalofríos. Una mujer acudió a un tatuador para inmortalizar en uno de sus brazos los nombres de sus dos hijos: Nova y Kevin. Discutió con el artista el tipo de grabado, la caligrafía y el diseño. Finalmente todo salió bien excepto el nombre del chaval, al que el tatuador agregó por error una "l" y se convirtió en Kelvin. El profesional se disculpó con una sonrisa y dijo que lo único que podía hacer era reembolsar el dinero cobrado y facilitar el contacto de una clínica para borrar el tatuaje errado.

La madre, cuando se percató de lo laboriosa y complicada que resultaba la operación, decidió resolver el problema cambiándole el nombre al hijo. Dijo que el niño tenía sólo dos años y que no había pasado tanto tiempo en la vida con el original hasta el punto de familiarizarse con él. Total, que era mucho más sencillo prescindir del nombre de la criatura que pasar por la clínica. Y más económico.

Así que Kevin ha pasado a ser Kelvin, que además de representar una unidad de temperatura recuerda una marca de electrodomésticos.

Compartir el artículo

stats