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Antonio Papell

Junto a Alemania contra la xenofobia

Merkel, que tuvo que mantener la gran coalición tras las elecciones de año pasado porque su popularidad se hallaba a la baja a causa precisamente de su política de inmigración, está desempeñando un papel admirable en Europa, poniendo el liderazgo de su país al frente de la lucha contra la xenofobia. Que Alemania, que provocó en los años cuarenta del pasado siglo el mayor genocidio y la mayor tragedia bélica de la historia de la humanidad, adopte ahora esta actitud humanitaria y democrática es una tranquilidad para todos y una prueba de que la vieja Europa, que se suicidó varias veces en el altar del nacionalismo, ha aprendido la lección.

En el discurso de fin de año de 2014, Merkel expuso claramente su opinión al respecto: al hacer alusión a los conflictos armados que proliferaban, como ahora, alrededor del mundo, el de Siria en primer lugar, la canciller reiteró el apoyo de su Gobierno al gran número de personas que se ven obligadas a abandonar sus países de origen para garantizar su supervivencia. Merkel argumentó que, desde los días de la Segunda Guerra Mundial, nunca había habido tantos refugiados buscando asilo como actualmente. Muchos de ellos vienen escapando de la muerte, enfatizó. "Les ayudaremos y acogeremos a aquellos que necesitan protección", dijo claramente. "El hecho de que los hijos de personas perseguidas en otros países puedan crecer sin miedo en territorio germano es un cumplido para Alemania", añadió. Merkel fue rotunda al declarar que "la inmigración nos beneficia a todos". Y lógicamente condenó duramente las consignas racistas de movimientos xenófobos como Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA), de la que surgiría más tarde Alternativa para Alemania (AfD), e hizo un llamado a los ciudadanos a no dejarse instrumentalizar.

En 2016, Alemania recibió a 1,1 millones de solicitantes de asilo, de los que casi el 40% provenía de Siria. Tras los sirios (con casi 429.000 llegadas), los dos países que más refugiados aportaron a Alemania aquel año fueron Afganistán (154.000) e Irak (122.000). La facilidad de asilo está relacionada con la situación del país de procedencia; cuando se estabiliza, desaparece (ha sido el caso de Afganistán últimamente).

Merkel está padeciendo un gran desgaste por mantener esta actitud. En las elecciones generales de 2017, AfD obtuvo con su discurso xenófobo el 12,6% de los votos y 94 escaños en el Bundestag. Pero, ante la inminencia de las elecciones regionales en Baviera, la CSU, socia histórica de la CDU de Merkel, ha exigido a la canciller una posición mucho más dura, ante el temor de que el populismo racista siga avanzando.

Así las cosas, la aproximación entre Merkel y Sánchez, ideológicamente cercanos en un asunto que hoy es vertebral en Europa, había de producirse necesariamente, formando un eje al que se adhieren también Portugal y Francia, y en cuyas antípodas están Italia y el Grupo de Visegrado. La llegada a Doñana de la canciller ha aclarado las posiciones. En Andalucía, para recordatorio de los díscolos que señalan con afectada preocupación el crecimiento real y objetivo de número de pateras que llegan a la costa, Merkel ha recordado que la Unión Europea tiene unos valores claros, "y uno de ellos es la defensa de la dignidad humana y los derechos humanos, por eso luchamos de forma radical contra el racismo".

En la práctica, Merkel y Sánchez han suscrito un acuerdo muy operativo y pragmático, que consiste en ayudar a Marruecos a contener la emigración proveniente de sus costas (130 millones de euros, todavía lejos de los 3.000 millones que recibió Turquía de la UE para contener la emigración siria). Además, Alemania y España encabezarán una campaña de cooperación al desarrollo para estabilizar y llevar el progreso a África, de forma que sus habitantes no hayan de jugarse la vida emigrando hacia el Norte sino que puedan desenvolverse con provecho en sus propios países. Deberá medir el PP sus protestas ante esta línea de avance porque la ciudadanía podría no entenderle.

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