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Dos velocidades

Entre la política y la economía existen unas diferencias prácticamente insalvables en cuanto a velocidad se refiere. Las decisiones políticas requieren un tiempo dilatado para su ejecución. Entre debates, consensos que no se alcanzan, resistencias culturales, rivalidades ideológicas y demás asuntos, típicos de la burocracia, la política se vuelve lenta y pesada en comparación con la economía que, más que economía al uso, se trata de tecnología financiera. Mientras la política es densa debido a que todavía depende de seres humanos, la economía hace ya tiempo que ha adquirido una velocidad anónima de vértigo. Marx ya dijo que el capitalismo tiende a la abstracción. Y hoy, mandan las combinaciones algorítmicas en detrimento de los productos y bienes físicos. Eso sí, unos algoritmos sorprendentemente sensibles, ya que cualquier duda o ceño fruncido de algún gran mandatario pueden ser más que suficientes como para causar una debacle en la Bolsa.

En el ámbito de la economía, los objetos tangibles han sido sustituidos por el dinero invisible y por unas sofisticadísimas combinaciones algorítmicas, que están fuera de la comprensión, incluso de los llamados expertos. Lo concreto, sin embargo, es tozudo, como la realidad, que al final acaba vengándose contra tanta falacia virtual. El fomento de la deuda y de las hipotecas han funcionado como modo de someter al ciudadano, de convertirlo en culpable. No olvidemos que la deuda es una forma de culpabilidad. Y vivir hipotecado, por lo menos hace algunos años, era señal inequívoca de que las cosas no se hacían del todo bien. Quien debe, está obligado a vivir pendiente de saldar esa deuda. Vive disminuido, presa de la angustia. De ahí a la ansiedad y el temor al desahucio, hay un paso. La economía clásica nos recuerda que vivir endeudado es mal asunto, mientras que el capitalismo financiero ha convertido la deuda en una forma de vida, casi en una obligación. Una simple operación financiera requiere un segundo de tiempo, o menos, para llevarse a cabo. Sin embargo, en el terreno político y social toda operación acaba siendo farragosa y de una lentitud exasperante. Son dos tiempos, dos velocidades. Dos mundos.

Esta dinámica acelerada, muy propia de la economía financiera, que no clásica o tradicional, está afectando también al periodismo. Prima, sobre todo, la velocidad de la información, la circulación enloquecida de material informativo, y menos la calidad, significado y veracidad del mismo. De ahí, la retahíla de noticias falsas o no del todo contrastadas. Pues lo importante es la velocidad, anticiparse al competidor, e importa poco o nada si la información es material podrido, patraña o, directamente, una estafa. Lo importante es la producción y puesta en órbita de noticias basura, a las que se refieren Kroker y Weinstein en su libro Data Trash. Así como hay basura en las calles, en las playas de Mallorca y en el espacio sideral, también hay mucha basura en el terreno de la información. Porquería mediática, podríamos llamar a este fenómeno. El exceso de ruido, las constantes interferencias también son considerados basura. Basura que no huele, pero basura al fin y al cabo.

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