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Eduardo Jordà

La historia interminable

Esta semana se ha recordado la ejecución en una cárcel madrileña, en agosto de 1939, al final de la Guerra Civil, de un grupo de trece mujeres muy jóvenes (algunas tenían menos de 18 años) que fueron condenadas por pertenecer al Partido Comunista y a las que se involucró -falsamente- en un atentado contra un militar franquista. Eran los tiempos más negros de la posguerra, cuando cualquier persona acusada de pertenecer al bando republicano recibía una condena terrible con pruebas falsas o sin pruebas de ninguna clase. Esas mujeres, por cierto, recibieron el nombre de 13 Rosas y tuvieron recientemente una película que las homenajeaba, no sé si buena o mala, en la que unas actrices jóvenes y guapas y famosas les daban vida y contaban su historia. Muy bien. Su historia fue triste y trágica y alguien debía contarla. Y así se hizo.

En las redes sociales, como es habitual en estos casos, hubo el típico debate sobre las Trece Rojas en el que parecía que vivíamos en 1939 y no en 2018, es decir, 79 años más tarde. Lo digo porque incluso el lenguaje con que uno u otro bando defendía o atacaba a estas mujeres era un lenguaje casi calcado del lenguaje que usaba el franquismo en la posguerra o del que usaba la oposición antifranquista en aquellos mismos años. Para unos, las Trece Rojas eran unas chequistas asesinas y unos seres despreciables que se habían ganado morir de una forma tan atroz. Para otros, sus defensores, eran luchadoras por la libertad que habían entregado su vida por la sagrada causa del socialismo. Y lo peor de todo era que el nivel de violencia verbal de esos tuits indicaba un odio reconcentrado impropio de alguien que se estaba refiriendo a unos hechos que ocurrieron hace casi ochenta años. Casi parecía que los dos bandos enfrentados en la polémica estaban dispuestos a coger las armas en cualquier momento y empezar a pegar tiros contra sus adversarios.

Recuerdo haber leído esta polémica en una playa, rodeado de gente feliz que jugaba en la arena, de chicos jóvenes que jugaban al voleibol, de familias que se metían con sus hijos pequeños en el agua, de gente que bebía cerveza y tomaba el sol y disfrutaba de la vida. Y quizá, una de aquellas personas estaba en aquel mismo momento enviando tuits incendiarios en los que acusaba a las Trece Rojas de ser unas chequistas -una palabra que hasta hace poco ya no usaba nadie que no tuviera más de 108 años-, o bien defendiéndolas a capa y espada contra el fascismo que ha vuelto y ha tomado el poder y ha instaurado su tétrica dictadura entre nosotros. ¿Chequistas? ¿Fascismo? ¿Dictadura? ¿Asesinas? ¿De qué diablos estaba hablando aquella gente? ¿Qué extraña locura se había apoderado de nosotros?

Me temo que nunca lograremos ser un país normal hasta que no mantengamos una relación normal con nuestro pasado, incluyendo la Guerra Civil, que todavía nos tomamos -los que tuvimos la enorme suerte de no tener que padecerla- como si hubiésemos vivido en propia carne sus crímenes y su odio y su locura de sangre y destrucción. Y no seremos un país normal hasta que todos recordemos con emoción a estas Trece Rosas que tuvieron la mala suerte de morir muy jóvenes -y con ellas a miles y miles de represaliados y ejecutados por el franquismo-, pero también a las personas que fueron víctimas de la represión republicana, que también existió pero que asombrosamente ha desaparecido de nuestra memoria y de la que casi nadie habla. Que yo sepa, no se ha rodado ninguna película sobre las cincuenta monjas asesinadas por los anarquistas en Cataluña y Aragón, ni sobre la persecución religiosa que se desató en las zonas controladas por los republicanos contra muchos sacerdotes o personas que simplemente iban a misa o tenían ideas conservadoras. Esas otras muertes también existieron, y estuvieron envueltas en el mismo dolor y la misma crueldad, pero hay un manto de olvido interesado que las ha sepultado -y nunca mejor dicho- en el más negro de los olvidos. Y si alguna vez alguien recuerda a estas otras víctimas, los partidarios de la Memoria Histórica (una memoria parcial y sesgada) dicen que estas víctimas ya fueron reivindicadas y honradas por el franquismo y no necesitan ser reconocidas ni recordadas.

Pero ese es el error. Un país cuerdo, un país saludable, debe honrar a la vez a las víctimas de la represión de los dos bandos, no sólo a uno, no sólo al que nos interesa, sino a todos: a las Trece Rosas y a las monjas fusiladas en Cataluña, a las víctimas de la terrible represión franquista en Mallorca y a las víctimas de la no menos terrible represión republicana en Madrid. De lo contrario seguiremos siendo un país mentiroso e histérico. Un país de propaganda y agit/prop y manipulaciones históricas en vez de un país que sabe afrontar su pasado.

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