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Daniel Capó

La espiral del enfrentamiento civil

En las escenas iniciales de Shoah, uno de los supervivientes judíos del horror nazi regresa por primera vez al campo de exterminio. "La muerte tenía lugar en medio del silencio, en un bosque hermoso y verde", explica. Él era un niño que cantaba viejas canciones del país a los soldados alemanes, a bordo de una barca que navegaba por el río. Recuerda esos himnos, vuelve a entonarlos quizás por primera vez después de tantos años. Por un sendero llega hasta un prado, rodeado de pinos. Se detiene y dice: "Todo ha cambiado mucho, pero fue aquí. Sí, fue aquí". En estas palabras se resume la autoridad de la memoria y del testimonio: "Fue aquí, sucedió así". El primer requisito de la justicia consiste precisamente en la palabra que atestigua lo que ocurrió frente a la mentira o la ficción. Sin testigo no hay justicia ni es posible la verdad. De ahí que toda verdad nazca en primer lugar de la persona y de su vida, no de sus ideas ni de sus creencias.

La 'Shoah', el exterminio nazi, se erige como un icono negro, cuya sombra oscurece todas las mitologías de la modernidad. No fue el único caso, por supuesto, aunque sí el más singular. El siglo XX ha padecido también los gulags y las hambrunas soviéticas; los laogais chinos, Pol Pot y Corea del Norte; las guerras mundiales y las civiles; el terrorismo y el genocidio a los cristianos en Oriente Próximo; las dictaduras de uno u otro signo... Ante el siglo XX se halla el presente, nuestro siglo, y la cuestión no sólo de la muerte planificada por el poder y las ideologías, sino también del peso de la memoria concreta y de la palabra: ahora, sobre nuestro tiempo.

Porque la autoridad que reside en las palabras del testigo -"fue aquí, sucedió así"- nos apela a todos y nos recuerda el testimonio de un gran republicano español que murió en el exilio, José Castillejo, cuando -interrogado acerca del fracaso de la II República- contestó: "No hice lo suficiente". No lo hizo él ni nadie -cabría decir-, y por tanto la culpa fue a la vez individual y colectiva. Las palabras "fue aquí, sucedió así" responden también a una obligación del presente, que consiste en dirigir nuestra mirada hacia el enconamiento actual. Es aquí y ahora, sucede a diario ante nuestros ojos: se difama la democracia parlamentaria, se rompe la convivencia social y se sustituye la sana competencia entre adversarios por una furibunda demonización de los enemigos. Es el lenguaje cargado de dinamita que vuelve a cegar las fuentes morales del debate público, convirtiendo el ágora ciudadana en una cloaca. Si Shoah, el amplio documental de Claude Lanzmann, nos muestra las consecuencias de la muerte planificada y la necesidad del testigo para que aflore la verdad, los artículos periodísticos de Joseph Roth y de Manuel Chaves Nogales, los diarios de Victor Klemperer o las cartas de Stefan Zweig nos recuerdan que, ya antes de que sucediera lo impensable, se avisó del fuego que iba prendiendo en el alma de los pueblos. Se alertó del incendio y de la tierra quemada; del odio que iba arrasando la lógica de las leyes y de las libertades; de las tensiones simbólicas que reducen la realidad a una ficción determinada por la desconfianza, el rencor y el resentimiento. La memoria nos habla de lo que sucedió y de las consecuencias del mal. El testigo nos obliga a recordar su testimonio y a aprender de él. Frenar la espiral del enfrentamiento civil resulta algo más que una necesidad.

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