Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

No habrá paz para los malvados

Soy de mecha corta. Por poco que me toquen los bemoles, contesto. Me duele más callarme que pillarme los dedos con la tapa del piano. En mi adolescencia, me llevé algún sopapo de algún desaprensivo que nos molestaba. ¿Por qué? Porque siempre era yo la que respondía. A mis veintipico -cuando aún salíamos por la noche sin necesitar cuatro días para recuperarnos- también era servidora quien se ponía de espaldas a los pesados y sacaba a pasear el codo cuando no entendían los noes. A mis treintayalgo, he duchado a alguno con una copa llena. No es no. Dejen de molestar. Tengo derecho a estar tranquila. Y -sobre todo- se lo estoy diciendo.

Probablemente, si yo hubiera sido la chica francesa que se enfrentó a su acosador por la calle, también habría recibido un guantazo. Iba caminando cuando un anormal con cerebro de ameba le dijo algo a lo que ella contestó. Ni corto ni perezoso, utilizó su única neurona para darle un bofetón. Gracias a Dios, algo está cambiando y uno de los chicos que estaba sentado en la terraza salió tras él, silla en mano, para defenderla. Una cámara de seguridad lo grabó todo. Y, gracias a eso, todos le ponemos cara a ese mamón. También la justicia.

Es difícil legislar sobre los sentimientos. Por eso no veo claro lo de penar los piropos callejeros. Porque el umbral de ofensa está en cada uno, y es muy difícil acotarlo. Se empieza queriendo limitar las molestias y se termina imponiendo el burka porque a tu vecino le excita verte los tobillos. Me encantan los piropos. Pero aprecio una sutil diferencia entre los poemas de Neruda y el reguetón. Y lo que sí me molesta es que sean denigrantes. Me han llamado jaca. A lo que respondí que no hablo con las piaras. Pero soy consciente de que únicamente hablo en mi nombre. Lo que está claro es que si una mujer -o un hombre- verbaliza que no quiere piropos, o no les hace caso, la insistencia es acoso. Y es intolerable.

Pero volvamos a las cámaras. Los autobuses de Mallorca las llevarán, a partir del mes de enero, para prevenir situaciones de acoso en el interior de los vehículos. Hicimos una pequeña encuesta entre algunos usuarios. Muchas chicas respondieron que sabían de algún caso de acoso en el bus. Hasta que me paré a hablar con una pareja. Mientras él contestaba que le parecía bien que hubiera cámaras, pero no sólo para prevenir el acoso, sino también para evitar los robos y que se cuelen, ella miraba al suelo, escondiéndose de la cámara. Me contestó, escueta, que le parecía bien y un tímido 'no' cuando le pregunté si había sido víctima. Con los ojos llorosos. No debía de llegar a los 20 años.

Quizá la videovigilancia nos ayude a decirle que no está sola. Cualquier medida disuasoria de comportamientos que van en contra de la libertad sexual es bienvenida. Pero no podemos convertirnos en 1984, poniendo cámaras en todos los rincones y en espacios privados. El problema de fondo es el de siempre: la falta de empatía. Queda mucho por hacer para que seamos capaces de ponernos en el lugar del otro y desistir de conductas que le incomoden. Y eso va desde quitar los altavoces en la playa hasta interactuar con la pareja durante las relaciones sexuales, para que un consentimiento inicial no suponga un sí a cualquier práctica que se nos pase por la cabeza. Y eso requiere de una profunda transformación cultural. Hasta que no haya paz para quien falta al respeto.

Compartir el artículo

stats