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Cada vez menos listos

El cociente intelectual de la humanidad lleva descendiendo desde 1975, confirman los investigadores noruegos. Nada menos que siete puntos porcentuales. Estudios publicados en otras naciones apuntan a la misma tendencia vertiginosa a la baja. El célebre efecto Flynn, con que se conoce al crecimiento sostenido de la inteligencia en el mundo desde hace un siglo, parece estar llegando a su final, según los últimos análisis y estadísticas internacionales.

No coinciden los científicos en las causas de ese acusado declive. Todo indica que ya no son los genes, la mejor nutrición o los avances en la medicina los que contribuyen al progreso de la inteligencia, sino que ese retroceso debe buscarse en otros factores, como los sistemas educativos y las peculiaridades de la sociedad contemporánea, con los perniciosos efectos del estado de bienestar a la cabeza.

Desde luego, la necesidad de buscarse la vida cada día tiene necesariamente que excitar el intelecto, porque la supervivencia humana es su principal motor. En los países en los que eso sucede, enseguida se percibe por las calles un hormigueo incesante de personas ingeniándoselas para prosperar. En donde hagas lo que hagas tienes el pan asegurado cada mañana, lo habitual es descubrir inercias poco propicias para las lumbreras. Por cierto, concurren aquí estos datos con los de los trastornos de comportamiento, muy inferiores en los países en los que no queda más remedio que pedalear cada jornada para no caerte de la bicicleta, y disparatados sin embargo en aquellos otros en los que la procura existencial a cargo de los Estados, acuñada el siglo pasado por el jurista alemán Forsthoff, se ha impuesto.

Hay otro elemento que puede estar contribuyendo a esta alarmante bajada del coeficiente intelectivo. Aunque los adelantos técnicos siempre han provocado en el hombre netos avances, a los que se ha ido acomodando sin problemas, la revolución que ha supuesto internet y sus infinitas aplicaciones en la realidad cotidiana no tengo claro que generen un efecto inocuo en este delicado asunto. Si la informática se ocupa de asumir cada vez más quehaceres, las personas afectadas por ese paro tecnológico, de no tener mejor tarea que abordar y de contar con el correspondiente soporte económico público a edades razonablemente tempranas, es esperable que relajen sus capacidades, al no precisarlas en exceso para vivir. Si a esto unimos la sustitución de la imagen por la letra que produce la red, con un empantallamiento permanente como principal entretenimiento, los conocimientos pasan a segundo plano, siendo como es la lectura el verdadero alimento del intelecto.

Los sistemas educativos, como subrayan los expertos noruegos, no están ayudando tampoco a la recuperación de los índices intelectuales. La ausencia de retos a superar por el alumno en cada etapa formativa, sustituida hoy por un café para todos en forma de tasas de rendimiento o éxito académico traducidas en aprobados generalizados, lastra decisivamente los resultados, como por otra parte certifica cada año el Informe Pisa de la OCDE, y no solamente en España.

Con todo, lo más preocupante de este escenario es lo referido al impacto que esta pronunciada caída de los coeficientes intelectuales puede tener en aquellas democracias más expuestas a él. Nunca sabremos si detrás de determinadas sorpresas electorales que se han sucedido en los últimos tiempos en diversas partes del planeta están estas cifras. Lo que es seguro es que en una nación con un buen porcentaje de personas preparadas y perspicaces es extraño el triunfo de tesis extravagantes o imposibles, lo contrario de aquella otras en las que, como san Jerónimo escribió en su vulgata, "el número de tontos es infinito".

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