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Nuestro pasado desde el presente

Desde el presente, ese mundo de ayer que nos viene a retazos, despertado de su letargo por circunstancias varias pero incompleto, descontextualizado, sobrevolando a quien ya no es el mismo y, por todo ello, un remedo de lo que fue.

Recuerdos que remueve el mal tiempo o quizá la nostalgia, pero adulterados, adornados o despojados de unos matices que en su día les confirieron un valor distinto al que desde la memoria somos ahora capaces de recrear y es que, lo que sucedió o nos ocurría, estaba cuajado de complementos y referencias que con los años se desgajan y terminan en buena parte por desaparecer, convirtiendo el núcleo, los hechos pasados, en algo distinto y vestido con los ropajes del momento actual.

Aludía hace poco tiempo a aquel mayo francés, en el sesenta y ocho, que con la perspectiva del tiempo transcurrido se ofrece hoy, en publicaciones o conversaciones y más allá del rigor histórico, como acontecimiento que marcó una época, aunque lo cierto es que por entonces y para muchos, ocupados mayormente en sobrevivir cuando no preparar los exámenes y tal vez soñando a su término con el disfrute del verano por llegar, la trascendencia que se le atribuye no fue en su momento percibida como tal. Seguramente fue despachado numerosas veces con un comentario de pasada: "¡Menudo follón en París!", y si para los más ideologizados se trataba de la espoleta que iba a terminar con la explotación y la dictadura del capital, el entusiasmo no tiñó para la mayoría los días y sus noches como podría deducirse de muchos análisis a toro pasado. Y tres cuartos de lo mismo por lo que respecta a una dictadura franquista que, a más de cuarenta años desde la transición, hemos resumido como una losa sin paliativos aunque, cuando vivida, sólo combatíamos activamente la mayoría algún que otro rato, sin perjuicio del café en la sobremesa o la ocasional excursión en el Seiscientos.

Quiero significar, con lo anterior, que el pasado se nos viene adulterado; subrayado en ciertos aspectos, difuminado en otros y, por lo general, sólo un remedo parcelar, reconstruido con base en una memoria selectiva y, por lo mismo, de poco fiar. Al igual que ocurrirá mañana con el presente de hoy, sólo en parte consecuencia de lo vivido con anterioridad y, de igual modo, huyendo ya por las costuras para ser más adelante también sujeto de deformación y utilizado como mejor convenga, sin que tenga necesariamente que determinar, como podría suponerse, lo que seremos. Y es que si como apuntara Emilio Lledó, ser es, esencialmente, ser memoria, el quid estriba en precisar en qué memoria nos apoyamos: ¿la que queda, de asumir que el presente es un ensamblaje de obligaciones y olvidos, o la que se reinventa?

Con parecido escepticismo al de quien dijo que lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la misma, y cuando el cielo no es ya cielo ni es azul, podríamos juzgar la frecuente creencia de que, si nos fuese dado volver atrás, no nos comportaríamos al modo de entonces, asumiríamos los aconteceres con nuestro talante de ahora y sacaríamos más jugo a lo que, con el devenir de los años, puede transformarse en añoranza. Quienes hayan llegado a cierta edad, quizá se habrán planteado en alguna ocasión lo que yo he imaginado más de una vez: cómo sería el reencuentro con algún ser querido, ya desaparecido, si pudiésemos atrasar el reloj; volver atrás para gozarnos de lo que entonces pasamos por alto, preguntar lo que nos quedó en el tintero o explicarnos desde quienes hoy somos y vernos en la mirada de nuestros padres, sentir con más intensidad su abrazo€ Una quimera que ya apuntó el clásico al negar la posibilidad de bañarse dos veces en las mismas aguas y, de ocurrir, no cambiaríamos flujo ni temperatura.

"De haber tenido ocasión€ Si ahora pudiese volver a aquello€ Puedo sentir como si fuese ahora mismo€". Todo ello, exponente de ensueños y falacias para cantar lo que se pierde, aunque en su día tal vez no motivase tonada alguna o, por el contrario, el actual rechazo radical de lo que antaño sobrellevamos sin parar mientes en su significado futuro. El caso es que, cuando el pretérito nos escala desde su fosa, suelen embargarnos sentimientos, dudas o certezas que las más de las veces no se corresponden con las experimentadas entonces si acaso fuésemos capaces de rememorarlas. Por su propia interinidad. Y porque quien hoy las evoca no es el que fue.

La asunción de lo efímero, la existencia y sus improntas anímicas, tiene también una lectura dispar. Quizá lo que vivimos no se aquilató entonces como de ocurrir ahora, pero también es posible que aciertos o errores, emociones y pasotismos, la intrahistoria de cada cual, por resumir, tenga en cada tiempo sus motivos y, encima, la inevitable transitoriedad puede ser terapéutica para la frustración. La corrupción del PP, Trump o el soberanismo, sedimentarán hasta ser sólo apéndices a pie de página, la pasión hallará nuevos cauces y, en el trayecto, ¡a dejarse de vainas! Porque sólo se vive una vez.

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