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Antonio Papell

El dilema de Casado

Fuentes de dentro y de fuera del PP aseguran que Casado intentará edificar un Partido Popular más ideológico, más atento a los principios y por lo tanto menos pragmático, al contrario de lo que ha hecho Rajoy, cuyo realismo ha sido a veces verdaderamente descarnado. Esos analistas cercanos a la gran familia conservadora han sugerido además que esa ideologización iría en la dirección que ha adoptado FAES, la fundación de Aznar, de quien como es sabido Casado fue jefe de gabinete. FAES es un think tank muy integrista, tanto en lo moral como en lo político y en lo económico. Tan radical fue la divergencia entre el PP y FAES que esta organización se desvinculó del partido, Aznar rechazó seguir siendo presidente de honor y a partir del 1 de enero de 2017 FAES renunció a las subvenciones oficiales que recibía por su vinculación con el PP.

La ideologización, que parece ya segura, plantea como es obvio un dilema: la activación programática puede realizarse hacia el lado reaccionario o hacia el progresista. De momento, de lo que se desprende de las manifestaciones de la nueva portavoz Dolors Montserrat y sobre todo de las del líder del partido Pablo Casado, hay que deducir que el enraizamiento doctrinario constituirá un endurecimiento ideológico, ultraliberal y partidario de un estado mínimo, reacio a la inmigración, propenso a impulsar el sector privado en educación y en previsión social, más dispuesto a recentralizar que a federalizar, más atento a la seguridad que a la libertad, decidido a apropiarse de los sectores más periféricos e inmovilistas de la derecha.

Las declaraciones de Casado a la salida de su entrevista con Sánchez son iluminadoras. Por una parte, el PP se arroga el papel de guardián de las esencias patrias en el conflicto catalán. No ve con buenos ojos que el PSOE intente resolver el contencioso por la única vía posible (la otra es la tremenda que habría que descartar) y utiliza el argumento -la mayor deslealtad concebible- de que el PSOE actúa en tono conciliador porque necesita los votos de los separatistas en el Congreso de los Diputados (eso es olvidar que Rajoy fue arrojado al vacío por méritos propios cuando la moción de censura). La expresión usada por Casado, "no vamos a pasar ni una", muestra claramente que la cuestión catalana será un valioso y demagógico mecanismo electoral para el PP, como lo fue ETA en tiempos de Rajoy en la oposición. Para Casado, Sánchez está "arrodillado ante el independentismo", mientras para Rajoy, Zapatero ultrajaba la memoria de las víctimas de ETA con su conducta. Como se sabe, Zapatero acabó con ETA, para indignación de quienes consideraban "suyo" el problema terrorista.

En la cuestión vasca y sin venir a cuento, Casado se pone la venda antes de la herida y se niega con ardor guerrero a cualquier intento de aproximación de los presos a cárceles de Euskadi, olvidando que este gobierno (como cualquier otro) tiene obligación de cumplir las leyes y que, en términos políticos, el PP ha sido el único partido que ha aproximado presos al País Vasco por razones exclusivamente políticas, en aras de una negociación con ETA que no salió pero que llevó a Aznar a llamar ridículamente a los terroristas "movimiento nacional de liberación".

Casado, por generación y por talante, hubiera tenido la posibilidad de construir sobre las cenizas de lo que se ha encontrado una derecha moderna, dispuesta a activar el despegue de este país sobre bases renovadora y mediante discursos centristas parecidos a los que utiliza Macron en Francia e incluso Merkel en Alemania. Pero no. "No hay papeles para todos", dice, para parecerse a Salvini, cuando nadie reclama semejante promiscuidad, y ha entrado en una absurda competencia con Ciudadanos para ver quién se queda con el santo y la seña en este espacio magmático de la derecha con inclinaciones populistas que ha desertado no hace mucho de sus viejas referencias, huyendo de la corrupción, pero que busca lógicamente un asidero al que agarrarse para volver a la política a defender sus intereses.

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