Diario de Mallorca

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Ahora que me fijo

La playa

En las calas familiares la vida se repite y da igual el paso de los años, de las décadas. Siempre ocurren las mismas cosas, las mismas escenas. Como si el tiempo no existiera. Me encanta ver a los bebés, en su primer verano, descubriendo la arena y el mar. Ver lo atareados que están rellenando y vaciando algún cubito de colores. El susto y las risas cuando una ola les moja los pies y les salpica la tripa. Los que ya saben andar, nadan con manguitos o flotador, cerca de sus padres, cerca de la orilla. Ríen y chapotean igual que los niños de hace muchos años, igual que seguramente reíamos y chapoteábamos nosotros. Igual que reían y chapoteaban nuestros hijos, o nuestros nietos, nuestros niños.

Los que ya tienen unos cinco o seis años, hacen castillos de arena en la orilla. Castillos con entradas de agua que se van llenando con alguna ola que se adentra. Castillos que cuando se derrumban provocan decepción, a veces risas. Son los mismos castillos de siempre. Las mismas almenas, las mismas torres de nuestra infancia. De tantas otras infancias. Los que rondan los diez años son expertos nadadores. Bucean y nadan sin parar. Esos apenas salen del agua. Salen sólo cuando tienen hambre, ese hambre que da el mar y las olas. El hambre que da la playa y que todos hemos sentido.

Los adolescentes juegan a las palas y hablan en voz alta. Charlan en grupo y ríen con carcajadas sonoras. Empiezan las miradas, los coqueteos, los primeros besos. Los amores de verano. Amores tan únicos como iguales. Tan pasajeros como eternos. Los nuevos adolescentes se enamoran como siempre se enamoraron los adolescentes. Como siempre se enamorarán los adolescentes. Porque todo se repite y el amor también.

En la arena hay parejas jóvenes tumbadas al sol. Hay parejas con niños pequeños, estrenando familia. Hay parejas mayores que leen bajo una sombrilla. Hay parejas que charlan y se miran. Parejas que callan y piensan. Parejas que sonríen y se fotografían. También hay gente que va sola. Una mujer y su capazo, un hombre y una silla plegable, un chico con cascos, una chica que rebusca en la mochila.

Hay un grupo de amigas en la orilla. Tres señoras mayores en bañador, con sus varices y su pelo de peluquería. Se meten juntas al agua y nadan despacio, una al lado de la otra. Nadan y charlan. Hablan de sus cosas, de su día a día. Al acabar el baño se atan un pareo a modo de falda, se calzan las chanclas y se van por la arena despacio. Se acerca la hora de hacer la comida. Al pasar a mi lado me saludan: " Bon dia", contesto " Bon dia".

Las playas familiares son la vida misma. Son la niñez y la vejez, la soledad y la compañía. Son los amigos, las risas, los enamoramientos. Son una madre que regaña a un niño, una chiquilla que bromea con su amiga, un abuelo que descansa a la sombra. Es como si allí nada cambiara, como si ante el mar siempre fuéramos los mismos.

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