Diario de Mallorca

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Leí ayer por la mañana, a la hora del desayuno, dos noticias que ilustraron mi mente bien de madrugada, cuando más lo necesita. La primera, que Messi ha logrado confundir a su perro a fuerza de regates con el balón pegado al pie. La segunda, que los coches de la policía, bomberos y ambulancias no llevarán ya luces amarillas sino sólo azules. Conocimiento auténtico, ya digo, toda vez que ignoraba por completo el color de los destellos de las autoridades que tienen prisa -sólo me había llamado la atención el escándalo sonoro que montan a las primeras de cambio- y ni siquiera era consciente de que Messi tenía perro. Cuánta sabiduría cae de las nubes así, sin esperarlo siquiera. Luego me di cuenta de que no era capaz de recordar ningún otro de los sucesos del día, del día anterior, que es al que se refieren los diarios: luces y perro, eso era todo. Y fue cosa de meditar acerca de las cosas que suceden durante el verano, época a la que se ve propicia para engañar la curiosidad alterando el orden y la importancia de los acontecimientos. Pero no puede ser ésa la única explicación porque, ¿a santo de qué habrían de influir las estaciones del año en el orden del planeta y en la manera como va cambiando?

Preocupado por la confusión de mis sentidos, volví al diario. Sí; el problema era mío: había más noticias y lo que pasaba es que no acerté a verlas de primera mano. Dos reinas en la pescadería, titulaba la más notoria de todas. Con el desánimo encima, no acerté a comprobar de qué reinas se trataba ni, cosa más importante aún, a qué pescadería habían acudido. Respecto del género que examinaron, del regateo por su precio y de la forma de envolverlo y guardarlo, son detalles que ni siquiera sé si venían en el reportaje. Qué barbaridad. Qué desánimo.

Al borde de la depresión, me fije como quien no quiere la cosa en la fecha: primero de agosto de 2018. El año, no cuenta pero el día sí. Acabáramos. Habíamos entrado en el mes del nunca jamás, ése en el que como se te ocurra ir a una oficina de la administración les da la risa antes de echarte a la calle con cajas destempladas. Agosto es el mes en el que lo único que existe es cada uno de sus treinta y un días de agobio. Pero ese detalle, el de la que se nos venía encima, lo había leído junto a la huelga de taxistas que colapsa las ciudades el día anterior. Julio, incluso en sus estertores finales, es otra cosa. Este año incluso nos ha permitido dormir en lugares como la capital de España en los que las noches arden.

Leo concentrando los esfuerzos y ahí viene: la amenaza de la ola de calor continúa viva; la advertencia del 31 de julio sigue el 1 de agosto. Qué tremendo, ¿no? ¡Calor en verano! Eso sí que es la noticia del siglo, qué digo yo, del milenio? El pronóstico habla de treinta y cinco grados que, vaya por Dios, tuvimos ya en Madrid hace unas cuentas semanas. Igual el perro de Messi sabe por qué.

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