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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Nicaragua

A Nicaragua la hemos dejado sola. La verdad es que no nos interesa en absoluto. Está ahí, lejos, con sus muertos y sus desgarradores lamentos, mientras nosotros, sin malicia alguna, estamos entregados al descanso en esta isla deliciosa. Imágenes en los medios, palabras entremezcladas de disparos en internet, pocos comentarios entre amigos. Nicaragua apenas emerge entre el fuego griego, nuestros parlamentarios entregados a imposiciones y venganzas, los pro y contra turistas en nuestras calles, nuevos líderes populares, el sol que pega fuerte, esas fiestas aclamadas desde los mismos medios, Venezuela impotente ante sus fantasmas seculares y ese conjunto de realidades que, siendo relevantes, para nada tienen el significado del drama nicaragüense. El enésimo fracaso de una revolución pendiente. Daniel Ortega una vez más.

El 22 de mayo de 1990, tal fecha deduzco de la agenda, entrevistaba al líder sandinista tras perder las elecciones ante Violeta Chamorro. En un pequeño montículo junto a Managua, se erguía el reducto imperial del frente de Sandino, como si pretendiera seguir dominando el conjunto. En un pequeño patio trasero, me recibió Daniel Ortega. A su alrededor, un montón de militares con metralletas, situados estratégicamente, custodiaban al líder vencido. Nada de grabaciones. Una sola fotografía más tarde perdida en algún viaje. Su tono de voz un tanto lánguido e irónico. Que sí, que Violeta o doña Violeta había vencido con claridad, que el pueblo era el dueño de la historia, que el cardenal Obando era un tal y un cual, y que los jesuitas eran diferentes según sus puntos de vista. De pronto, uno de los militares se acercó, musitó algo al oído del comandante, y se acabó. Pero al llegar al coche que me devolvería a la universidad, apareció de nuevo Ortega para decirme, con una desconocida satisfacción, que me invitaba a comer en su restaurante preferido. Fuimos, comimos, muy bien, de nada importante charlamos, y nos despedimos con un apretón de manos. Un encuentro relevante desde el punto de vista periodístico, pero apenas algo más. Después, quise visitar a Violeta Chamorro pero no tuve suerte. Al poco dejé Managua, camino de Madrid. Creo recordar que algo publiqué en la revista Tiempo.

Nicaragua es hermosa y los nicaragüenses simpáticos, cercanos, soñadores. Pero como tantos países de la zona, mantiene una pugna radical entre riqueza y pobreza, sin que la riqueza hay conseguido ponerse al servicio del pueblo ni la pobreza alcanzar una posición de privilegio cuando tuvo posibilidad. A Nicaragua la han maltratado los excesos, sin una clase media que conjugara los ideales del conjunto. Y sin una clase política formada más allá del dinero y de las estrategias. Obando, al cabo, se aproximó a Ortega y el resultado fue perverso. Las clases que impartí en la universidad de la Compañía de Jesús, me aproximaron a un alumnado fracturado, que simbolizaba perfectamente la fractura de la sociedad. Y hasta hoy. Estados Unidos, como en tantos otros países de la zona, justifica todo tipo de comentarios para unos y para otros. Pero mi impresión es que el daño no está afuera sino en el corazón de una sociedad que es incapaz de reconciliarse para una construcción social de futuro. Claro está que, mientras permanezca la pobreza será casi imposible salir adelante.

Y sin embargo, un sector relevante de la población, con universitarios a la cabeza, acaba de levantar su dignidad y reclamado que ya está bien de Ortega, de pseudosandinismo, de humillación, de falseada promesa de "una sociedad nueva", hasta que tanta buena gente, y muy valiente gente, ha sido masacrada por fuerzas de seguridad del Estado y paramilitares que acaban por ser los auténticos dueños y señores de la confrontación. Pronto serán mil víctimas. Y muy pronto derivará el duelo en una guerra civil o en una bárbara demolición del pueblo harto. Un espectáculo denigrante y una sangre derramada ante el mundo cercano sin que nadie mueva un músculo. Los organismos internacionales protestan y condenan, pero en general dejan que la sangre corra su curso para no mancharse las manos de las salpicaduras. En cualquier resultado, el resto afirmará con un cinismo emblemático que "era de esperar" y que no había sido necesaria tanta violencia y tanta sangre. Y a otra cosa.

Se celebró una vigilia en San Miguel. Una religiosa nicaragüense expresó su punto de vista. Apenas algo más. Mientras, la Iglesia local se juega el tipo de verdad y nos da ejemplo de lo que Francisco derrama una y otra vez: combatir la inmisericordia con valor y decisión, en la estela del nazareno. Los políticos, nada de nada. Nosotros, lejanos y un tanto hartos. Nicaragua exhausta. Y seguramente el matrimonio Ortega en su machito del poder por fidelidad a la revolución. En fin.

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