Madrid, Barcelona, Mallorca, y cada vez más comunidades están colapsando por una nueva batalla. La lucha de los taxistas contra los sistemas Uber y Cabify. La sociedad se asemeja más al lecho de un río seco conformado por grietas que a una superficie continua. Y nuevas grietas no paran de aflorar.

Entre las más recientes se pueden mencionar las confrontaciones en relación a la independencia de Cataluña, los defensores y detractores del turismo, los partidarios de abrir las puertas a las gigantescas corrientes migratorias que desde el continente africano están desbordando y colapsando todas las estructuras de contención y recepción y la radicalización de quienes, como el ejecutivo italiano están cerrando sus fronteras a cal y canto. La reacción espontánea de la opinión pública busca rápidamente definir a los buenos y los malos. Tomar partido, como se suele decir.

La batalla en curso del colectivo de taxis, recuerda a la de los controladores aéreos, severamente sancionados por los perjuicios de su huelga realizada en defensa de sus reivindicaciones laborales. Los modernos sistemas de transporte urbano como Uber y Cabify actúan en base a aplicaciones aportadas por los recursos de la informática y la búsqueda de la optimización para los usuarios y la optimización del beneficio de las administraciones. Los taxistas ven amenazada su condición de pequeños empresarios que derivaría en ser choferes asalariados de grandes corporaciones. Para el extenso colectivo de taxistas puede suponer la ruina de su medio de vida.

Por contrapartida las VTC dan poder al usuario al poder puntuar el servicio como ya está sucediendo con los establecimientos de hostelería y restauración con páginas como TripAdvisor. Solo Uber brinda ya servicios en 300 aeropuertos de todo el mundo. Este caso no es más que una réplica del temor a la caída masiva de empleos que podría suponer la robótica en la producción.

Pese a la disparidad de temas y los distintos grados de complejidad siempre se activan pasiones que alcanzan fácilmente la violencia y el odio a ambos lados de las grietas sociales. Curiosamente, los mecanismos emocionales que subyacen son relativamente simples y forman parte del espectro de actitudes presente desde las primeras etapas evolutivas de la personalidad.

Un aporte pionero sobre el surgimiento de la tendencia a la polaridad entre lo malo y lo bueno ha surgido de la psicóloga vienesa Melanie Klein. Klein fue una de las autoras más importantes en el estudio de la psicología infantil, fundadora de la Escuela Inglesa de Psicoanálisis y creadora de la Teoría de Relaciones Objetales, según la cual el niño desde sus primeros contactos con los objetos de su mundo los clasifica en buenos y malos en función de que sean gratificantes y placenteros o frustrantes y dolorosos.

A partir de ese momento se construyen constelaciones emocionales de amor y apego o de agresividad y odio. Según esta concepción, a medida que el individuo se desarrolla y va complejizando su mundo, la tendencia a lo malo y lo bueno sigue ordenando sus objetos y sus emociones. Distintos contenidos iguales pasiones.

Incluso el complejo fenómeno del enamoramiento se alimenta de una percepción idealizada del ser amado al que se le atribuyen todas las bondades. En términos de Klein el endiosado amado se transforma en "objeto bueno". Eso explica el frecuente pasaje al odio cuando algún elemento que genera frustración rompe el hechizo y se transforma en "objeto malo". Puede que esta sea la causa principal de la plaga de feminicidios que llenan la crónicas policiales. Este descubrimiento psicológico choca con la concepción del bien y el mal como absolutos.

En el siglo tercero de nuestra era un líder religioso iraní que decía ser el último enviado de Dios sobre la Tierra llamado Mani, predicó unas ideas que dieron lugar a lo que se llamó maniqueísmo, que básicamente postula la idea de la existencia del mal y el bien como polos extremos. Debido a que la perspectiva científica de relativizar el mal y el bien en función del contexto es inquietante para una mayoría de personas, la tendencia espontánea lleva a precipitar la opinión hacia una polaridad de "objetos malos" y "objetos buenos".

Esa tendencia la podemos ver en la narrativa y en el cine de todos los tiempos y géneros, sean infantiles o para adultos. Lo primero que quiere el que mira una película de acción es saber quien es el malo y quien el héroe. La buena de Blancanieves tiene el contrapeso de la malvada bruja y la inocente y pura Caperucita del lobo feroz.

En las clásicas películas del oeste, los malos eran esos crueles indios salvajes contra los que los valientes vaqueros disparaban sus Colt. Si alguien hubiese introducido la idea de que la conquista de América supuso un genocidio, los cines se hubieran vaciado y Hollywood no existiría. Lamentablemente la desesperada batalla del colectivo de taxis contra el otorgamiento de licencias a Uber y Cabify que está bloqueando estos días ciudades y aeropuertos hace muy difícil afirmar quienes son los malos.

* Psicólogo clínico