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Eduardo Jordà

El tío Guillem

En el móvil llevo una foto de un tío abuelo mío al que nunca conocí. Imposible conocerlo porque murió hace ahora ochenta años, en la batalla del Ebro, en algún lugar que nadie sabe exactamente dónde está. Mi tío abuelo Guillem era muy joven (veintipocos años), nació en Manacor y lo llamaron a filas durante la Guerra Civil. En la foto que llevo está vestido de soldado, con un uniforme que parece nuevo, como recién comprado. No se le ve muy alegre ni parece muy orgulloso de vestir el uniforme, como si ya se viera venir lo que le esperaba en su destino de soldado. Mi abuela, que le quería mucho, casi nunca quiso hablarnos de él. No sabemos si tenía novia o si tenía planes para el futuro o qué cosas le hubiera gustado hacer con su vida. Lo único que sabemos es que un buen día le dijeron que tenía que coger un fusil y ponerse aquel uniforme y empezar a pegar tiros. "Por España", le dijeron. "Por el caudillo", le dijeron. En otra foto que guardaba mi familia se le veía en algún paraje medio desértico, en algún lugar del frente, tirando de un mulo en lo alto de un cerro. Eso es todo lo que quedó de él. A lo mejor lo mató una bala disparada desde el otro bando por un chico mucho más joven que él, de apenas 17 o 18 años -los de la "quinta del biberón" republicana-, alguien que tenía el mismo miedo y que no tenía ningunas ganas de jugarse el tipo, en su caso "Por la República", o "Por la revolución", o "Por Cataluña", o por cualquiera de las demás razones por las que en el otro bando enviaban a los chicos de diecisiete años al matadero.

Pobre tío Guillem: desapareció sin dejar rastro en una guerra que le importaba un pimiento y por una causa que le importaba un pimiento. O quizá no: quizá la guerra le importaba porque se había creído la propaganda ("Por España", "Por el caudillo"), y había decidido tomar partido por ella, hasta que comprobó que la propaganda y las bellas palabras que enardecían a los jóvenes con canciones y con desfiles -y que producían un efecto tan eufórico como una droga- al final sólo acababan convirtiéndose en trincheras y en piojos y en hambre y en miedo. Lo mismo exactamente que descubrieron sus adversarios del otro bando, también muertos de hambre y sed y miedo y piojos.

En sólo cuatro meses de combates en el Ebro, los republicanos perdieron a diez mil hombres y los franquistas a 6.500, una cifra escalofriante para lo que era nuestro país. El gran Joan Sales, que era capitán de un batallón republicano, contaba en sus cartas al poeta Màrius Torres que aquella ofensiva era un disparate que no sirvió para nada. Y también decía que respetaba mucho más a sus enemigos que combatían en primera línea que a los políticos de la retaguardia que vivían muy cómodos difundiendo mensajes bélicos -valentía, compromiso, sacrificio- que nunca se aplicaban a sí mismos. Está claro que siempre hay unos que encienden los ánimos y preparan el terreno para un conflicto civil -con su propaganda, con su odio, con sus mentiras, con su actitud irresponsable-, y luego son los pobres diablos los que tienen que pagar las consecuencias, muriendo en combate o cayendo asesinados en los turbios episodios de exterminio planificado, como en la terrible represión franquista que se vivió en Mallorca durante la Guerra Civil.

Siempre me he preguntado si el tío Guillem pensó alguna vez, cuando tenía 18 o 19 años, que pocos años después le tocaría morir en un frente de guerra, en un paraje que no conocía y defendiendo unas ideas que quizá tampoco reconocía como suyas. Supongo que él imaginaba que le esperaba otra clase de futuro: casarse con una chica, tal vez emigrar a Argentina (donde tenía familia) o entrar a trabajar en el negocio de su padre (que tenía un cine y un garaje), y por supuesto que bañarse en verano en Porto Cristo y disfrutar un poco de la vida. Y como él, miles y miles de personas a las que la guerra pilló desprevenidas, sin saber por qué les había tocado a ellas vivir el miedo y la muerte y el hambre y los piojos. Muchos manuales de historia explican las guerras como si fueran ecuaciones matemáticas -"El 18 de julio de 1936 hubo una sublevación fascista contra la República"-, y aunque esta fórmula es incuestionable, la verdad es siempre más compleja y más sinuosa. Los conflictos se producen porque antes, durante mucho tiempo, los grupos políticos predican el odio al adversario y lo convierten en un monigote sin derecho a existir. Y un día los moderados desaparecen de escena y los fanáticos de ambos bandos ocupan su lugar. Y de pronto todo se convierte en mentiras y en falsificaciones de la realidad. Y ya no hay nada más que campañas de intoxicación política que sólo pretenden asustar y engañar a la población. Los invent" y las fake news no son fabricaciones de Twitter. Son fenómenos muy antiguos que llevan mucho tiempo haciendo su labor de zapa. Mi tío Guillem quizá creyó en ellos ("Por España", "Por el caudillo"), hasta que un día se dio de bruces con una muerte idiota en una batalla idiota de una guerra idiota.

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