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Matías Vallés

El pecado original de Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno solo puede disimular su minoría absoluta instalándose en el movimiento perpetuo, en cuanto deja de pedalear, se le plantea el adelanto de las elecciones

Si se llama noticia a la visita de José María Aznar a Génova, tal vez ha llegado el momento de desengancharse de la actualidad. Según esta adscripción informativa, la normalidad exigiría que el presidente del PP durante quince años fuera reducido por los vigilantes de seguridad al intentar el acceso a la sede de su partido de toda la vida, antes de ser esposado y rociado con algún espray contra agresores violentos.

El PSOE está en precario porque no tiene votos, y el PP porque no tiene estudios. El resto del bipartidismo a cuatro presume de una estupenda salud. Stalin se preguntaba "¿cuántas divisiones tiene el Papa?", antes de masacrar a los católicos soviéticos. Este desafío se le puede plantear con idéntico sarcasmo a Pedro Sánchez, que solo ejerce un poder espiritual sin respaldo artillero.

Por primera vez en democracia, el presidente del Gobierno arranca de una precariedad electoral, y viene afianzado únicamente desde la superioridad moral. La corrupción que atosiga al PP, sin perdonar ni el currículo de su nuevo líder regenerador, es el combustible que facilita el alunizaje de Sánchez en La Moncloa. Su mandato equivale al de un tecnócrata, con la particularidad de que ha sido catapultado desde un partido concreto, a diferencia del proverbial Mario Monti.

El problema no estriba en la llegada de Sánchez, sino en las coordenadas de su mantenimiento en el poder. El Congreso del PP ha ratificado la urgencia de sustituir a Rajoy con mayor ferocidad que el Congreso de los Diputados. Las dos miembros de su Gobierno que se aprestaban a sucederle han sido fulminadas por militantes y compromisarios. Los conservadores han erradicado el último rastro del presidente que tan bien manejaba los tiempos, hasta que vinieron revueltos. Los afiliados populares lo han enterrado a aplausos, igual que a Esperanza Aguirre o a Cristina Cifuentes.

Olvidado Rajoy con notable facilidad, la consistencia de Sánchez vendrá dada por su capacidad para que la audiencia olvide su pecado original, consistente en capitanear solo 84 diputados sobre 350. No llegan a una división, y mucho menos a una suma. Con ese hándicap, cada votación es una escalada sin oxígeno. El presidente del Gobierno solo puede disimular su minoría absoluta instalándose en el movimiento perpetuo, atiborrando la agenda de decisiones, aunque se remitan a la era de Franco. Como el hámster en su jaula, ha de correr hacia el peligro para conjurarlo. En cuanto deja de pedalear, se asoma al abismo del adelanto electoral. Así ha ocurrido esta semana, en el preludio de un ansiedad que se repetirá con la frecuencia de un estribillo.

"El cielo no se toma por consenso, sino por asalto" predicaba mesiánico el líder de Podemos. En realidad, Sánchez ha conquistado la bóveda celeste al asalto, pero gracias al consenso del partido emergente, que ha encaramado al socialista. Los números son muy traicioneros, indican que el PSOE solo adelanta al PP cuando aúna sus cero divisiones a la guerrilla de la izquierda radical.

El fracaso de Ciudadanos arranca de la insuficiencia de su treintena de diputados para salvar a su amado Rajoy, en tanto que Podemos se las bastó para sacar a Sánchez del anonimato con el doble de escaños que Rivera. Los números siempre acaban por imponer su ley. La dimisión masiva de los antisistema por incomparecencia de Pablo Iglesias se invertirá en algún momento, y el Gobierno efímero no sobrevivirá a un ataque por los dos flancos.

A falta de encontrar el verbo correcto, Sánchez deberá satisfacer, o contentar, o aplacar a sus socios ocasionales. Es la esencia de una alianza. El poder permite eludir las deudas económicas, las políticas siempre se pagan. A nadie sorprende que Soraya increpe a Casado para reclamar el 43 por ciento del botín de unas primarias que perdió clamorosamente, con una exactitud porcentual digna de El mercader de Venecia. A continuación, se considera ignominioso que los postulantes del presidente del Gobierno aguarden las contrapartidas a su generosidad. ¿El apoyo del PNV al PP era gratis, por el bien del Estado? Y nadie descarta que los populares vuelvan a llama a las puertas del partido vasco que batió una marca mundial, al salvar y hundir a un mismo Gobierno en el plazo de una semana.

Produce cierto pudor clausurar esta pieza de atmósfera bélica invocando la habilidad negociadora, que consagrará o hundirá a Sánchez. En ese trance, conviene respetar la recomendable regla de no disparar sobre las ambulancias que han colocado en La Moncloa al maltrecho presidente. Y para evitar la tentación, recordar que el PP nunca apoyará al PSOE.

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