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Antonio Papell

Un problema verdaderamente catalán

Existe una indudable conexión intelectual y política ente la aprobación el 7 de septiembre por el Parlament de Cataluña de la ley de Desconexión, sobre la que Antón Costas acababa de escribir con contundente dureza, y la estrategia marcada por Puigdemont de creación de la Crida Nacional Republicana, al mismo tiempo que sometía radicalmente a su obediencia al PDeCat, cuya dirección pragmática encabezada por Marta Pascal -"la mujer que hizo caer a Rajoy", según algún acertado titular periodístico- ha sido sustituida por otra de la más absoluta obediencia al líder.

Ha habido, en fin, un "golpe parlamentario" -llamémosle así como hace Antón Costas, aunque también cabría hablar de golpe de Estado e incluso, quién sabe, de delito de rebelión- en dos fases. Una primera, la referida aprobación el 7 de septiembre de la ley de Desconexión, una norma explícita y abiertamente inconstitucional que salió adelante sin tener en cuenta los procedimientos establecidos (los constitucionales, los democráticos, los del propio Parlamento y los de los órganos consultivos). El contenido de la norma -ha escrito Costas- coincide con lo que convencionalmente llamamos "populismo político autoritario", que consiste en "poner todas las instituciones políticas independientes (como el poder judicial) y las instituciones públicas (como la policía o los medios de comunicación) bajo la dependencia del poder político". La segunda fase fue, evidentemente, el referéndum del 1 de octubre y la posterior declaración inconclusa de independencia.

Aquel 7 de septiembre -y en este aspecto radica el acierto del análisis de Costas-, el conflicto catalán dejó de ser un contencioso entre el Estado español y las instituciones políticas catalanas para convertirse en un problema específicamente catalán. Los golpistas, todavía encabezados físicamente por Puigdemont, abolieron el pluralismo catalán, rompieron las normas democráticas que todos los españoles (en la Constitución) y específicamente los catalanes (en el estatut) nos habíamos dado, e impusieron un régimen autoritario basado en el unilateralismo, esto es, en normas arbitrarias y del que quedaban excluidos los disidentes.

Quedaba, en fin, específicamente roto el planteamiento que había durado desde los orígenes del régimen democrático según el cual el nacionalismo ejercía pacíficamente su hegemonía en Cataluña a cambio de lealtad constitucional hacia el Estado y de una actitud cooperativa en el Parlamento español.

Aquella ruptura, que desembocó en el referéndum fallido del 1-O que no hizo más que corroborar la ilegitimidad de aquellos planteamientos, requería sin embargo una segunda parte: la generación de un gran "movimiento nacional" liderado por un caudillo -exiliado, mártir y víctima, además, de la persecución del enemigo exterior- que aglutine a todo el independentismo con todos sus estamentos. Son los mismos principios y criterios con los que el régimen franquista, cuya legalidad fue también instaurada mediante un golpe no democrático, orquestó una democracia orgánica impulsada por el "movimiento nacional". Ahora, los partidos no están prohibidos como entonces pero el PDeCAT ha sido laminado y la fundación de la Crida Nacional Republicana, el "movimiento nacional" de Puigdemont, es, como se ha dicho atinadamente, una OPA que pretende claramente absorber a Esquerra Republicana de Cataluña. Como escribe Costas, el proyecto de Puigdemont "busca sustituir la democracia de los partidos por una democracia orgánica apoyada en movimientos populares". Y continúa: "no sé si el objetivo es dividir a la sociedad en dos mitades irreconciliables y meternos en la política de trincheras, pero ese será el resultado probable. La historia de los años veinte y treinta nos advierte de estos peligros. Especialmente cuando se encuentra con una sociedad débil, atemorizada y enrabiada dispuesta a aceptar caudillismos".

Es imposible que la sociedad catalana no se percate de lo que está ocurriendo, no vea con más indignación que temor la evidencia de que se está abriendo una profunda fosa en medio de la plaza pública del catalanismo, no entienda que el peligro no está en los excesos del "estado opresor" sino en la dictadura que están instaurando los mesiánicos dirigentes de un proyecto autodeterminista que, en el fondo, tan sólo busca potenciar el liderazgo enfermizo de los cabecillas del invento.

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