Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Tierra, trágame

La celebración ya acababa. Por fin. Dos horas y media escuchando reguetón a todo volumen, vigilando que nuestros hijos no desaparecieran entre bolas de plástico que se limpiaron por última vez la década pasada y sufriendo en cada salto y voltereta sobre un castillo hinchable. Ciento cincuenta minutos de gritos, vasos de agua del grifo, patatilla, sándwich de jamón y queso, idas al baño, pelotazos y algún que otro tortazo. La sesión en el chiquipark finalizaba y ya nos despedíamos. Buf. Muchas gracias por todo, felicidades, adiós, ¡venga, cariño, ponte los zapatos que tenemos que irnos! Y, de repente, reaparece uno de los niños invitados arrastrado por su padre. Se sitúan delante de los que aún andamos ajustando los calcetines a nuestros hijos y, como si se dispusiera a recitar un monólogo, el padre declama solemnemente: "Pepito (nombre ficticio), pídele perdón a Ramoncito (ídem) por haberle dado un empujón". Silencio. "Perdón", susurra Pepito. "No te oye nadie", replica el padre. "¡Perdón!". El padre asiente y hacen mutis. La expresión de Pepito no se me olvidará jamás. Esa mandíbula que empieza a desencajarse, los ojos llorosos, la mirada hacia el suelo€ Humillación y ridículo. Pepito lo había hecho mal y había que corregirle. Cierto. Sin embargo, no había necesidad de hacerlo públicamente. Su padre, desde entonces, me resulta antipático.

Recuerdo la cara y la expresión de esa mujer embarazada de casi nueve meses. Era parecida a la del Pepito humillado, pero con 30 años más. Llegó tarde a una cena y su pareja fue a recibirla a la puerta. Qué romántico. En cuanto entraron juntos al salón, el chavalote informó al resto que el ginecólogo les había advertido que la futura mamá se había engordado casi 18 kilos. Adiós al romanticismo. Y al respeto. Hace años me impresionó la noticia de un hombre que se suicidó por haber sido profundamente ridiculizado durante unos carnavales. Algo parecido le sucedió a un chico a quien conocí. Una persona diferente. Siempre ausente y en silencio. Mediocre en los estudios, objeto de risas, reprendido por los maestros. Se fue a estudiar fuera y en la residencia se rieron tanto de él y le hicieron tantas malas pasadas que un día se tomó un paquete de somníferos. La burla es cruel y puede acabar quebrando a las personas.

Tengo curiosidad por saber cómo está el chico que, hace unas semanas, osó llamar "Manu" al presidente de la República Francesa, Sr. Macron, el día que se homenajeaba a los excombatientes de la II Guerra Mundial. Leo que le cuesta salir de casa, hablar con la gente, tiene miedo a que se difunda su nombre y es objeto de risas en el colegio. Lógico, teniendo en cuenta que medio mundo fue testigo de la reprimenda de Monsieur Emmanuel Macron. El presidente, a quien la camisa le queda como a nadie, le habló de respeto, de sacarse un diploma y de tener un sustento antes de hacer la revolución o de dar lecciones. Un mensaje muy educativo y constructivo en el fondo y nefasto en las formas. ¿Qué habría sucedido si le hubiera pedido hablar en privado? ¿Qué habría aprendido ese chaval de cara aniñada y greñas si el mismísimo Sr. Macron le hubiera dado esa lección, sin cámaras y sin compartir el rapapolvo en su cuenta de Twitter? Probablemente, habría recibido la gran clase magistral sobre el savoir faire y, sobre todo, mantendría la fe en que padres, parejas, compañeros de residencia e incluso señores presidentes de grandes países están para hacer el bien y de forma adecuada.

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