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Antonio Papell

Puigdemont toma el poder

Es muy difícil de creer que el influenciable Puigdemont -un personaje que estaba dispuesto a convocar elecciones tras el 1-O pero que se echó atrás en cuanto escuchó los primeros insultos de los independentistas radicales- no esté actuando psicológicamente condicionado por su inquietante situación personal, que le condena a un exilio indefinido, a una interminable estancia fuera de España, siempre temiendo, en la distancia, que sus seguidores lo abandonen y lo olviden, como de hecho ha estado a punto de ocurrir, o que el movimiento independentista en su conjunto haga el inevitable ejercicio de realismo y se modere, consciente de que la vía unilateral está cegada y de que la opinión pública, harta de tanta tensión, está aterrizando en el terreno del posibilismo. Un proceso que ya realizaron, por ejemplo, los ciudadanos nacionalistas de Québec.

En el PDeCAT, era notoria la actitud pactista, contemporizadora, de Marta Pascal, la coordinadora general del partido, quien hizo posible la entronización de Pedro Sánchez. Pues bien: Puigdemont, en la distancia, secundado por los encarcelados Rull, Turull y Forn, no sólo ha organizado una maniobra para descabalgar al equipo dirigente y situar en su lugar a un grupo de leales con afición de titiriteros, sino que se ha inventado la Crida Nacional per la República, un "movimiento" transversal que no sólo aspira a englobar al PDeCAT, que quedará prácticamente desaparecido bajo la cobertura apoteósica de la gran movilización, sino que está sirviendo para lanzar una OPA inamistosa sobre Esquerra Republicana y demás fuerzas soberanistas puesto que aspira a convertirse en la única organización gestora de la pulsión independentista. Por si acaso, los estatutos del PDeCAT vuelven a incluir la vía unilateral como medio para acceder a la independencia, lo que representa la disposición a vulnerar de nuevo la legalidad.

Ábalos ha dicho, con razón, lo que resulta obvio: que tras todo "movimiento" hay siempre un caudillo, un dictador (históricamente cerca de nosotros está el 'movimiento nacional' del franquismo). Lo que Puigdemont y los suyos pretenden, en la más pura línea del fascismo ultranacionalista, es la disolución de los partidos e incluso de las organizaciones sociales en una gran asamblea inorgánica guiada por el hiperliderazgo incontestable de los líderes carismáticos, con el gran Puigdemont a la cabeza, elevado a los altares de la Patria, asimilado a los grandes santones de la causa soberanista, como Companys, Macià, Tarradellas o Pujol... El que fuera endeble y cuasi anónimo alcalde de Gerona, señalado por Mas para sucederle con ánimo de manipularlo, se ha emborrachado de sí mismo y ya se cree la luminaria de Occidente.

Naturalmente, estas maniobras dificultan extraordinariamente la vía conciliadora que ha iniciado Pedro Sánchez, que sólo tiene sentido si en la otra parte existe una cierta voluntad de regresar, aunque sea despacio y disimuladamente, al territorio de la racionalidad. Y Puigdemont, prisionero de su decisión de marcharse, siempre al borde de ser tachado de frívolo por quienes padecen la dureza de la prisión por haber dado la cara, hará en cambio lo posible y lo imposible por mantener efervescente la presión sobre el conflicto, puesto que sabe que cualquier proceso de diálogo, previo a una hipotética negociación, representará su eclipse, su desaparición del mapa, su conversión en un incómodo y errabundo subproducto del oneroso y fracasado 'procés'.

Los catalanes, con los principales medios de comunicación explicando estas cosas con descaro y claridad, empiezan sin duda a percatarse de que puede ser que los intereses generales del país (Cataluña) no coincidan con los particulares de Puigdemont. Y con toda probabilidad, Oriol Junqueras está ya convencido de que su gran oportunidad -de salir de prisión más pronto que tarde y de convertirse tardíamente en una pieza clave del desenlace de la crisis- pasa por encabezar la negociación con el Estado para sacar adelante una fórmula semejante a la que han empezado a sugerir el PSOE de Pedro Sánchez y el PSC de Miquel Iceta. Pero no será fácil ese baño de realismo, toda vez que los fanáticos han calentado a las muchedumbres, que ahora deben regresar a su ritmo a la senda del sentido común.

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