El nuevo líder del PP, Pablo Casado, ha hecho saber que no apoyará el techo de gasto del gobierno socialista, lo que dificultará la confección de unos nuevo presupuestos que incluyan las dotaciones suplementarias que el Ejecutivo negoció con Bruselas y que darían más holgura a las atribuladas autonomías (Susana Díaz ya se ha quejado de que la actitud del nuevo PP pueda privar a la región de los 350 millones de euros que le corresponderían en el nuevo esquema gubernamental)
Y, paralelamente, el nuevo PDeCAT, en el que Marta Pascal ha sido defenestrada y Puigdemont ha enfatizado su imperio absoluto, ya ha anunciado que apretará a Sánchez si este no entra en la senda inviable de la autodeterminación. El chantaje está en marcha y de momento no hay quórum para impulsar a Rosa María Mateo al frente de RTVE.
Si estas presiones prosiguen, lo lógico es que el presidente de Gobierno empiece a pensar en unas elecciones anticipadas inmediatas. En este momento, el PP está recién salido de una gran revolución que ha sacado a la luz sus carencias -los 60.000 militantes en vez de 870.000-, ha fracturado el partido y ha entronizado a un líder que está siendo investigado por los tribunales. Y, en Cataluña, ERC, más racional y sensata, saca muchos puntos a la formación del prófugo Puigdemont, que ha convertido su causa en un teatrillo. Ciudadanos, por su parte, está buscando sitio, desconcertado por la ocupación del centro que ha hecho el PSOE y por los cambios aún imprevisibles del PP. ¿De verdad quieren estos partidos a empujar as Sánchez a convocar elecciones, cuando las encuestas le auguran una magnífica victoria electoral?
