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Antonio Papell

El giro conservador del PP

Las primarias del PP que acaban de culminar con la elección de Pablo Casado como nuevo presidente del PP han tenido escasa carga ideológica —los organizadores manifestaron sorprendentemente que no habría debates "porque dividen"— pero la confrontación entre los dos candidatos ha resultado ser un trasunto de la vieja controversia entre Aznar y Rajoy. De hecho, Casado fue jefe de gabinete de Aznar mucho después de que este hubiera abandonado la presidencia del gobierno y del partido y Soraya Sáenz de Santamaría ha sido vicepresidenta y coordinadora del gobierno de Rajoy. Claro que tampoco es del todo conocido en qué consiste el aznarismo, ni mucho menos hay referencias seguras de cuáles son los vectores ideológicos del pragmático Rajoy.

Sea como sea, Casado, que es un apparátchik „no ha conocido otro mundo que el del partido„, se formó en las Nuevas Generaciones arropado por Esperanza Aguirre, y sus discursos de antaño, ahora rescatados, mostraron una apreciable capacidad oratoria y una catadura francamente reaccionaria. En el ardor de sus juveniles mítines, y según cuentan sus biógrafos, se negaba a considerar matrimonio a las uniones del mismo sexo, llamaba asesino al Ché Guevara, criticaba las políticas de género y la ley de memoria histórica y enfatizaba su fervor centralista, en defensa de la unidad de España, hasta cuestionar el estado de las autonomías?

Los jóvenes tienen derecho a evolucionar, y, a fin de cuentas, Casado también estuvo en la boda gay de su amigo Javier Maroto, también vicesecretario del partido con Rajoy, un acontecimiento que liquidó los últimos recelos de la formación conservadora con relación a este asunto. Habrá que dar, en fin, un margen de confianza al joven líder „37 años„, que en todo caso habría desoído aquel conocido aforismo de Salvador Allende: "ser joven y no ser progresista es una contradicción hasta biológica".

Más inquietantes resultan las definiciones que Casado hizo este mismo sábado, poco después de haber recibido el mandato de los suyos, que coincidieron, por cierto, con las expresadas durante la campaña de las primarias. Las críticas no sólo a la propuesta socialista de una ley de eutanasia „que nos iguale a los países más avanzados de Europa„ sino también a la vigente ley del aborto auguran cavernarios debates que este país no se merece. De hecho, Ruiz Gallardón terminó de arruinar su carrera política con atavismos semejantes, que ni siquiera fueron digeribles por Rajoy, entre cuyos defectos no ha estado desde luego la falta de olfato político. Estas manifestaciones, unidas a un rechazo a concluir el desarrollo práctico de la ley de Memoria Histórica „ochenta años después„ y a la insistencia en mantener la Religión como materia evaluable mientras se rechaza una asignatura que enseñe a los discentes los principios constitucionales y el civismo democrático como actitud de vida ponen en duda la idea de 'modernidad' de quienes llegan a la cúpula del que ha sido hasta ahora, y sigue siendo de momento, principal partido de la derecha española.

Se equivocaría, en todo caso, gravemente Casado si pensara que la mejor manera de aglutinar tras de sí a todo el Partido Popular consiste en recuperar las esencias más reaccionarias (los verdaderos reaccionarios ya están en Vox, que sigue siendo una formación extraparlamentaria). Y prestaría con ello un grave perjuicio al país, que necesita imperiosamente reconstruir algunos consensos inaplazables. El educativo y el territorial entre ellos. Consensos que no pueden lograrse, es obvio, entre posturas radicales, pero que sí están a nuestro alcance si los dos términos históricos de la clásica dialéctica hegeliana, la derecha y la izquierda, se comportan con moderación. Con la moderación sin derivas autoritarias que exhiben los grandes partidos europeos, que hace décadas que establecieron cánones estables en materia de organización territorial, de laicismo, de pluralismo educativo compatible con una potente escuela pública.

Tiempo tiene Casado para perfilar su silueta, en competencia con su potente rival, Albert Rivera, de Ciudadanos, pero no debería demorarse mucho en echar el ancla en el centro político si no quiere que se lo arrebaten, y esta vez de forma probablemente irreversible.

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