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Eduardo Jordà

La hermosa vida natural

Brucelosis, difteria, tifus. Estas palabras eran frecuentes hace cincuenta años, pero en estos últimos tiempos habían desparecido de la circulación. Mi madre nos repetía continuamente que debíamos tener mucho cuidado con el tifus: al beber agua de una fuente o al tomar cualquier bebida que no supiéramos de dónde venía o si no nos lavábamos bien las manos. La difteria también era una amenaza constante para los niños de los años 60 (circulaban historias terribles sobre los niños que morían asfixiados por la inflamación monstruosa que provocaba la difteria). Y la brucelosis, aunque más rara, también sobrevolaba nuestras vidas. En Son Malferit, hacia 1977, un amigo me contaba que había estado viviendo en el campo - fora vila, decía él- y que había pillado una brucelosis que lo había tenido fuera de combate durante mucho tiempo. Mi amigo se había ido de Palma en busca de la vida natural. Encontró una casa aislada sin agua corriente ni electricidad ni nada de nada y se puso a vivir en contacto directo con la naturaleza, como una especie de Thoreau en su Walden. No sé si fue feliz o si encontró lo que buscaba. Lo que está claro es que al final pilló una brucelosis que estuvo a punto de mandarlo al otro barrio. Cuando me lo contaba -pálido, fatigado, ojeroso-, recuerdo bien la impresión que me causó la palabra brucelosis. ¿Qué era eso?, le pregunté. "Algo que pillas cuando estás en contacto directo con los animales", dijo. He olvidado de qué otras cosas hablamos aquel día. Pero la palabra "brucelosis" no se ha ido de mi memoria.

Hoy en día ningún joven que no tenga conocimientos de medicina sabría decir qué es el tifus o la brucelosis o la difteria. La difteria había sido erradicada por las vacunas. El tifus sólo se manifestaba en la versión relativamente benigna de la salmonela. Y la brucelosis era una cosa del pasado tan olvidada como el nitrato de Chile y los cencerros de las vacas. Y sin embargo, hay indicios inquietantes de que las cosas están cambiando. En Barcelona, hace un par de años, un niño estuvo a punto de morir por culpa de la difteria -el último caso detectado en España había sido en 1983-, sólo porque sus padres se habían negado a vacunarlo. No ha sido el único caso reciente. Y si se pone de moda el consumo de leche cruda -una moda en aumento entre los amantes de la vida natural, igual que el rechazo a las vacunas y a los antibióticos-, los casos de brucelosis se dispararán en muy poco tiempo. Y en cuanto al tifus, toquemos madera.

¿Por qué están ocurriendo estas cosas? Supongo que todo está relacionado con el mismo deseo que llevó a aquel amigo mío a refugiarse en una casa sin agua ni electricidad, sólo por el nuevo sueño hippie de vivir una vida natural lo más alejada posible de la civilización. La idea era que todas las ventajas materiales que disfrutábamos nos estaban destruyendo como personas y eran además creaciones diabólicas del capitalismo, así que había que vivir de la forma más primitiva posible. Sin vacunas, sin agua corriente, sin engaños, sin traiciones, sin represión sexual, sin ataduras, sin compromisos sociales, sin miedos. En realidad, esa reacción ya había sido descrita por Freud -y en 1929- con el hermoso nombre de "malestar de la cultura". Según Freud, los seres humanos que disfrutan de las ventajas de una civilización altamente tecnificada empiezan a añorar la vida primitiva de los pueblos salvajes. Y de ahí surge el deseo subsiguiente de evadirse de las leyes y de todas las normas del mundo burgués. Para quienes sufren el malestar de la cultura, los viejos instintos de sangre son mejores que las vacunas y los antibióticos, esas creaciones de la diabólica industria farmacéutica que quiere esclavizarnos con sus mentiras y sus imposiciones. Y el rechazo a las vacunas y a los antibióticos supone, por extensión, un rechazo a todo lo que venga refrendado por el conocimiento académico y por las verdades científicas.

Mayo del 68 introdujo estos nuevos hábitos de pensar entre muchos jóvenes que se rebelaban contra el orden establecido: todo lo que es viejo y caduco, todo lo que proviene del conocimiento adquirido en organismos académicos y científicos -y por tanto burgueses y por tanto corruptos-, debe ser combatido por engañoso y esclavizador. Volvamos a la vida saludable en la naturaleza. Volvamos a bañarnos desnudos en los riachuelos transparentes de las montañas. Volvamos a beber la leche cruda de vaca como hacían nuestros abuelos.

Maravillosas ideas. Maravillosos sueños. Sólo que esos sueños han traído sus particulares pesadillas. Cosas como la difteria o el sarampión, que ya creíamos erradicadas desde hace muchos años. Y dentro de nada, la brucelosis. Y luego, ya veremos.

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