Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

Ni Rajoy ni Aznar

El triunfo de la moción de censura contra Rajoy, que, a partir de la iniciativa del PSOE, aglutinó a fuerzas de muy diverso pelaje y procedencia, es el síntoma más elocuente de un rechazo masivo que el PP debería meditar si de verdad quiere reconstruirse para iniciar una nueva andadura que deje atrás las rémoras antiguas y tenga verdaderas opciones de futuro. El hecho de que incluso formaciones que acababan de facilitarle al PP los Presupuestos de 2018 que en teoría hubieran permitido a Rajoy acabar la legislatura se sumasen al traumático punto y final a un mandato desnortado y abrumado por la corrupción demuestra hasta qué punto había llegado la decadencia y sugiere al mismo tiempo la potencia de las medidas que el PP deberá adoptar para salir del pozo.

La espoleta de la detonación que echó a Rajoy del poder fue la corrupción, qué duda cabe, pero conviene dejar claro que el periodo en que el PP gobernó tras la anticipación electoral de Zapatero en diciembre de 2011 tuvo al menos tantas sombras como luces. Es indudable que Rajoy, que heredó una crisis de grandes proporciones -crisis de raíces antiguas, en que la burbuja inmobiliaria cultivada amorosamente por Rato en la etapa de Aznar tuvo mucho que ver-, consiguió mejorar las magnitudes macroeconómicas mediante una durísima terapia de choque, pero es también evidente que aquello se hizo a costa de la pérdida prácticamente total de los derechos laborales de los trabajadores, de una devaluación salarial sin precedentes y de un incremento inquietante de la desigualdad y de las bolsas de pobreza. La insensibilidad gobernante llegó incluso a decretar el final de la sanidad universal, un rigor simbólico que retrata la frialdad de quien tomaba tan inefable decisión, mucho más onerosa en lo simbólico que en lo material.

Por otra parte, es evidente que el problema de Cataluña, que objetivamente se encalabrinó cuando prosperó el recurso del PP ante el Tribunal Constitucional contra el estatut de Cataluña de 2006, se ha ido complicando a partir de 2011, tras el fracaso de aquel nonato intento de diálogo anunciado por la entonces vicepresidenta Sáenz de Santamaría y la negativa de Rajoy de sentarse a negociar asuntos en los que, soberanía al margen, sí había margen de maniobra. La aplicación del artículo 155 de la Constitución, respaldada patrióticamente por los partidos constitucionales, fue el reconocimiento de un gran fracaso, de parte de un Estado que, dispuesto al uso de la fuerza proporcionada, ni siquiera fue capaz de evitar las consultas subrepticias que los soberanistas celebraron pese a la prohibición.

En definitiva, quien gobierne el PP a partir de ahora tiene que partir del reconocimiento de los múltiples errores cometidos, y ha de hacerlo con un programa realista de cambio y de transformación, de tesis capitalistas más compasivas que las utilizadas hasta ahora y con absoluto rigor interno en el asunto clave de la corrupción. No cabe decir que no es preciso debatir en el PP porque el programa ya está escrito.

Con todo, la opción alternativa a la "línea Rajoy" que representaría Sáenz de Santamaría no es, no puede ser, la "línea Aznar" que parece postular Pablo Casado. Quieres se fueron del PP con María San Gil y José Antonio Ortega Lara a la cabeza, una parte de los cuales crearon el ultramontano partido Vox, no pueden representar el futuro del PP, auspiciado por Aznar. Después de todo, aquella obscena boda faraónica de la hija de Aznar en El Escorial fue el símbolo de una etapa indecente de nuevos ricos dispuestos a exprimir al Estado en provecho propio, sin escrúpulos morales ni frenos estéticos. La simple nostalgia que parece perseguir a Casado por aquella época es sencillamente descalificante.

? Por ello, a muchos nos gustaría ver en el PP un debate serio -no un ajuste de cuentas entre rivales- sobre hacia dónde piensa avanzar la derecha española, en un contexto europeo en que muchos valores conservadores han derivado hacia el populismo y el nacionalismo. No se trata de elegir entre Rajoy y Aznar -estaríamos apañados- sino de proyectar un futuro moderno, capaz de acordar con la izquierda algunos de los necesarios consensos de futuro.

Compartir el artículo

stats