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Juan Gaitán

Herencias

Yo heredé de mi padre la calvicie y de mi madre el carácter de cíclope y el mal estómago. El resto me lo he tenido que procurar yo, golpe a golpe, como cualquiera. Me hubiese convenido más una de esas vidas placenteras, afortunadas pero no opulentas, una de esas de rentista acomodado que no ha de alquilar su vida por horas para ganar su vida, como en aquel poema de Salvador Espriu: "? vuelvo, al atardecer,/ de mi diario odio contra el pan./ ¿No sabías que tengo/ la inmensa suerte de venderme/ a trozos por una moneda/ que llega ya a valer/ mucho menos que nada)".

Otros, en cambio, heredan un reino. No es que yo lo hubiese querido para mí, ni para nadie de los míos, porque en esto opino como Gabriela Mistral: "Yo no quiero que a mi niña/ me la vayan a hacer reina./ La pondrían en un trono/ a donde mis pies no llegan./ Cuando viniese la noche/ yo no podría mecerla?". Lo cierto es que siempre me ha costado entender que el azar del nacimiento determine tu condición, tu fortuna, tu destino. No soy monárquico ("realista", como decían los antiguos, quizás por el XIX, en aquel español que ya nadie habla), sino más cercano a la idea republicana de la Revolución Francesa, aquello de "libertad, igualdad, fraternidad", que son principios más justos y, por tanto, más defendibles.

Además, heredar un reino, así, de golpe, y de según qué manos, es algo para pensárselo. El actual rey, Felipe VI, lo heredó de un padre que empieza a ser, según las informaciones que tímidamente se van desgranando, cuanto menos incómodo, casi tanto como el cuñado. Ese padre, a su vez, lo heredó de un dictador, de Franco (otro al que no sabemos dónde poner, literalmente), que lo tomó por la fuerza, aunque él estuviese convencido de que fue por Gracia de Dios.

Ahora hemos sabido de unas grabaciones en las que una mujer atribuye al rey emérito un delito de blanqueo de capitales. Hay quienes afirman que esa voz corresponde a Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la amiga íntima de Juan Carlos de Borbón que se hace llamar princesa aunque en realidad su nombre es Corinna Larsen y no tiene ningún derecho nobiliario. Hija de un ejecutivo de una línea aérea, su única herencia parece ser ese apellido, Larsen, el mismo que el del personaje central de las más grandes novelas de Juan Carlos Onetti, Larsen, el "Juntacadáveres", lo que no deja de ser una divertidísima coincidencia, en el caso de que las coincidencias, realmente, existan.

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