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Poco de que hablar

El efecto terapéutico del diálogo quedó probado de nuevo en La Moncloa. El mero hecho de sentarse a hablar sirvió de alivio a quienes, antes de la caída de Mariano Rajoy, libraban una estática guerra de trincheras. Una de las partes permanecía inmovilizada en el barro de la frustración de sus expectativas y su retórica ajena a toda realidad; la otra estaba parapetada tras la justicia, como una tercera fuerza de intervención capaz de contener el frente, pero que no alcanza a disimular su responsabilidad en el abandono que permitió a los contrarios avanzar hasta convertirse en una enorme amenaza. Rebajada la tensión, cuando pase el efecto psicológico del desahogo cara a cara, todo seguirá en el mismo punto fijo que antes del encuentro. La conversación de Sánchez y Torra tiene de fondo dos imposibles. El presidente precario no está en condiciones de abrir un proceso de reforma de la Constitución que permita cambios en el modelo territorial capaces de, al menos, atenuar el empuje del secesionismo. Por la cronificación del conflicto, esa es ya una tarea que desborda cualquier legislatura y, sobremanera, los restos de una marcada por la interinidad, algo que no encubren los movimientos rápidos de un Ejecutivo, que se mueve todavía por efecto del empuje de su estreno. Las severas limitaciones derivadas de su debilidad parlamentaria atan al Gobierno a una mera política de indicios de lo que podría ser su acción si dispusiera de una mayoría suficiente. Y ello a costa de un gasto energético y una exposición al fuego enemigo desmesurado, como ocurre con la renovación del consejo de administración de RTVE. Sánchez carece de capacidad para ofrecer al soberanismo nada que vaya más allá de recuperar las relaciones anteriores al desafío independentista, un escenario regresivo para quienes ahora gobiernan en Cataluña. Su única esperanza consiste en que en ERC se imponga el pragmatismo y acepte que, asumir la gestión de lo que estrictamente compete al Govern, pueda mitigar por un tiempo el hartazgo social de un proceso interminable y contribuya a ampliar una base electoral que reconocen insuficiente. El imposible del president vicario iba en la agenda con la que anteayer llegó a La Moncloa: autodeterminación y presos. Torra se conformó con el efecto liberador de recitar su mantra en casa ajena. Los asuntos esenciales eximen al hombre de Puigdemont en su tierra de entrar en los detalles tediosos de la política menor, los asuntos propios de la administración, de gestión y negociación política, que, en el caso catalán, llevan años abandonados porque sólo existían las causas primordiales, el resto no servía para pasar a la historia.

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