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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Balconing

El hallazgo de nuevas especies exóticas surcando la posidonia diversifica la fauna del verano, a la espera de que aterrice la "jet set"

La fama paradisíaca de Mallorca atrae esta temporada nuevas especies invasoras no más peligrosas que los hooligans atrapados en su eterna adolescencia entre Magaluf y el Arenal, aunque los tiburones y las carabelas portuguesas han desatado la alarma porque todavía no les conocíamos. El hallazgo de nuevas especies exóticas surcando la posidonia diversifica la fauna del verano, a la espera de que aterrice la "jet set", pero la buena noticia es que Vueling y compañía nos lo pondrán fácil para escapar, porque el transporte aéreo será un 75% más barato a partir de este mes.

Dado que es poco probable que se aplique una tasa sobre el balconing, un recargo del 75% en el billete de avión para los huéspedes del "todo incluido" sería algo así como una forma de justicia poética. El pastón que cuestan a la sanidad pública sus funambulismos en los balcones de los hoteles de Mallorca solo es comparable a lo que aquí hemos pagado de más durante décadas por coger un avión.

Una calvianera, hija de un médico, me recuerda que hace 25 años, e incluso más, el balconing ya era una práctica habitual y que a los que acababan estampados contra el suelo se les llamaba "precipitados", un tecnicismo que todavía no ha caído en desuso. En una ocasión, al tiempo que los servicios de Urgencias atendían a uno de ellos en la acera, otro más cayó sobre el techo de la ambulancia. Ya entonces se desplomaban a pares.

A sugerencia suya, busco en internet el Hotel Club 33, un antiguo young only en Palmanova, donde la edad media de los clientes no superaba la treintena. Una web personal exhibe fotos de los años ochenta, en los que el bar ("área de bebidas", como la denomina) es la zona del establecimiento más concurrida a todas horas. Las instantáneas llevan aparejadas algunos comentarios de su autor, un inglés de Nottingham. "Los escandinavos son atractivos y tienen un físico imponente, pero aunque adoran el alcohol no lo soportan bien. Esto puede llegar a ser problemático y de hecho lo fue", relata sobre la experiencia que él vivió durante su estancia en el hotel. A tenor de lo que vemos actualmente por aquí, no se puede decir que los británicos toleren mejor la bebida; lo reconocen hasta las agencias que les venden los viajes.

Ahora nos enteramos de que caerse de los balcones en las zonas turísticas merece una unidad de intervención sanitaria; que hoy hay recursos específicos destinados a recoser, cuando el caso es grave, los reventones ocasionados por una moda que es más vieja que la pana. ¿Cuántos más casos de balconing se producen sin que lo sepamos por la sencilla razón de que no se llega a necesitar la intervención de Emergencias? La respuesta a esa pregunta es fundamental para examinar en qué grado se ha naturalizado otro de los rasgos que caracteriza la isla como edén del ocio de borrachera. También deberíamos preguntarnos cómo es posible que se le permita a un pasajero agarrarse una cogorza en pleno vuelo para llegar a tono al lugar de vacaciones, cuando al resto no nos permiten ni llevar un cortauñas en el equipaje de mano. ¿A qué viene tanta prevención para unos y tanta lasitud para otros? Y otra más, ¿cuánto hace que los comercios de estas zonas y demás oferta complementaria bombardean visualmente con sus formidables palés de "dos por uno" de destilados y cerveza a los sedientos turistas?

El verano pasado fueron las falsas reclamaciones por intoxicaciones alimentarias. Esta temporada, las administraciones y el sector empresarial están tratando de poner coto al repunte de precipitados que se ha registrado en lo que llevamos de 2018. Hay preocupación y es lógico, porque este incremento de víctimas indica que el turismo de borrachera no solo no retrocede sino que ya rebasa muchas líneas rojas que amenazan la convivencia. Pero quizás habría que analizar cómo se ha consolidado este fenómeno, que sin duda hemos facilitado entre todos, lo quisiéramos o no. Por ejemplo, aceptando que la fama de determinadas áreas turísticas se elevara a categoría de leyenda o, por ejemplo, financiando con un eterno sobrecoste el transporte aéreo, donde se da la paradoja de que con nuestro dinero de consumidores cautivos hemos consolidado un negocio que sigue siendo deficitario para las necesidades de los de aquí, pero muy próspero para todos los demás. Una industria que se permite mover a millones de turistas low cost hasta nuestro destino a precios que dan risa en comparación con el impuesto revolucionario al que la insularidad nos ha sometido durante años a quienes verdaderamente soportamos el paraíso.

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