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De sa Feixina al Valle de los Caídos

En ambos casos y a instancias políticas, se plantea una decisiva actuación sobre simbólicas construcciones que remiten a los tiempos de la dictadura. Para sa Feixina, monolito que homenajeaba originalmente a los caídos del crucero Baleares e inaugurado en 1947, el ayuntamiento socialista presidido por Aina Calvo sustituyó en 2010 el primitivo texto por otro que incluye a todas las víctimas. No obstante, el actual consistorio aboga por una demolición que el juzgado número 2 de Palma suspendió cautelarmente el pasado agosto, ante los recursos presentados por numerosos colectivos en desacuerdo con la medida. Por lo que respecta al Valle de los Caídos, en El Escorial, el actual gobierno de la nación proyecta retirar en breve del mismo los restos de Franco que permanecen enterrados en la basílica bajo una losa de granito, y la decisión concita asimismo oposiciones varias.

Sin duda, y como se revela frente a uno y otro escenario, la unanimidad es afortunadamente -lo contrario sería exponente de sumisión y resignado acriticismo por parte de los discrepantes- inalcanzable, por lo que se precisa de argumentos que expliquen las actitudes más allá del ordeno y mando; en mi opinión, de distinto peso con relación a las pretendidas actuaciones sobre dichos monumentos, aunque los dos retrotraigan a los tiempos sombríos. Sa Feixina, una vez despojada de inscripciones sesgadas y por lo mismo domesticada, deduzco que pasará a convertirse con los años, de permanecer erguida, en recordatorio para la memoria colectiva de futuras generaciones, mientras que el contumaz empeño en su derribo parece indicar que sólo tras la desaparición de los vestigios del pasado, cuando disconformes con él, seremos capaces de sobreponernos, lo que a más de empresa imposible diría poco sobre la confianza en los recursos psicológicos propios y de nuestros descendientes.

Sin embargo, parecida digresión no parece aplicable sin más al Valle de los Caídos, y los residuos del dictador, junto a casi 34.000 víctimas de la rebelión y enterradas allí sin voluntad expresa por su parte, aconsejan exhumar a Franco para poder hacer del lugar, salvando tamaños y distancias, algo más parecido al monolito de Palma: monumento en recuerdo de los millares de muertos por su causa, recinto para la reconciliación y un hito para el propósito del nunca más. En esta línea, sa Feixina va de momento un paso por delante y tampoco, quienes optan por conservarla, tienen nada que ver con los que claman contra la retirada de los restos aludidos o, de forma más subrepticia, optaron años atrás por mirar hacia otro lado.

En 2017, la propuesta del PSOE al respecto y renovada ahora como proyecto de ley -o, en caso de retraso, real decreto-, contó con 198 votos a favor frente a 140 abstenciones (PP y ERC). El pasado mes el consenso fue mayor, aunque haya oposiciones que se dan por sabidas y, más allá de su eco mediático, tendrán nula influencia en el desenlace. Incluso el actual arzobispo de Madrid ha hecho público su acuerdo a diferencia de la postura en 2011 de su antecesor, Rouco Varela. Por lo demás, sigue opuesta la Asociación para la Defensa del Valle, aduciendo que los promotores de templos religiosos -sería el caso de Franco- tienen derecho a ser enterrados en su interior; la Fundación Francisco Franco (¿para cuándo su ilegalización?) apela al rey y a la Iglesia para evitarlo, los nietos del dictador instan a que el prior del Valle consiga el pronunciamiento del Vaticano y en concreto Francis Franco, en carta publicada en La Razón el 20 de junio, reconvenía al presidente Sánchez, conminándole a "no dar la razón a mi abuelo con esa obsesión totalitaria de la izquierda€ Deje de hacer tonterías y haga cosas constructivas€ como hizo mi antepasado".

El caso es que, con independencia de la opinión que le merece a Francis lo que podría hacerse efectivo a no tardar, es decir, convertir el Valle -una vez exhumado lo que pueda quedar de su abuelo- en una Feixina gigantesca, el empeño podría valer la pena: alejar polvo y huesos aunque sólo fuese para evitar su proximidad con los restos de quienes hubieron de sufrirlo en vida. Conservar la memoria histórica tiene mucho de aleccionador pero, en cuanto a los cadáveres, sin mezcla ni ocultación por el debido respeto; rescatados para sus deudos los de cunetas o fosas comunes, Francisco Franco con la familia y, esos miles que yacen junto a él, libres de la afrenta que supone su cercanía. La exhumación no llevará a la amnesia de cuanto sucedió y es bueno que así sea pero, siquiera por dignidad, lo es también honrar a los muertos que allí quedaron, aunque sea del todo imposible hacer borrón y cuenta nueva.

Tanto Feixina como el Valle pueden permanecer siquiera para evocar pasados despropósitos y en cuanto al segundo, de ser preguntado, eliminaría también esa cruz de 130 metros por no significar nada para muchos de los enterrados. En su lugar, tal vez un gigantesco corazón. De parecida altura y ajeno a las creencias.

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