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Japón

Tras el dramón argentino, salpimentado por las más jugosas y rebuscadas maldiciones, el chasco alemán y la horizontalidad inane y bostezante de España, quedaba Japón como esperanza samurai. Y, sin embargo, los japoneses murieron atacando. Sus aficionados, antítesis excelsa del hooligan, dieron un ejemplo de pulcritud. Tras uno de los partidos, se dedicaron a limpiar su parte correspondiente en la grada. Toda una bofetada de cortesía al resto de hinchas, que lo dejan todo perdido.

Mientras estoy escribiendo el artículo, la calle me regala los comentarios argentinos de alguien que sigue dándole a la manivela de Messi. Todo son teorías, discursos condicionales. Ya saben. "Y si? y si. Tenían que?". Invariablemente, esas teorías y discursos impecables se entreveran de puteadas, la madre que los parió y demás hallazgos poéticos. Los portugueses, por su lado, haciendo gala de su legendarios fatalismo. Qué le vamos a hacer. El Tiki-taka hispánico es un himno a la nada si no existe la estocada final, ese punto de malicia necesario para culminar ese discurso alambicado. De lo contrario, es una perorata estéril, un sermón anodino. De ahí, Japón y su grandioso suicidio colectivo. Todo, menos morir y matar de aburrimiento. Me siguen conmoviendo los equipos que atacan a tumba abierta, descuidando la defensa, ese optimismo un tanto loco de quien se olvida de especular y de guardar la ropa. De ahí, la pesadez de estómago y melancolía que nos ha causado la selección española, que ha muerto de manierismo y autocomplacencia, practicando un centrocampismo cansino y, a la postre, desquiciante. Hay que volver al fútbol atrevido y descarado. Tras el desesperante tuya-mía de España, el cuerpo pide un regreso al contraataque fulminante.

Sopla brisa y abro de par en par las ventanas. El argentino continúa con su tesis oral. Ahora ya está tratando a otras selecciones, una vez aparcada la albiceleste. Llega la sociología y los aforismos impensados. Sentencias que piden ser editadas por una editorial independiente. El silencio de su interlocutor es preocupante. A lo sumo, arriesga algún que otro monosílabo que es rápidamente tumbado por un nuevo y apabullante contraataque teórico y alguna que otra puteada, ahora ya mucho menos corrosiva y retorcida. Tras la eliminación y los días transcurridos, los insultos y las maldiciones van perdiendo riesgo e imaginación y, por tanto, se van volviendo mucho más previsibles y domeñables. Adiós, pues, a los memorables cementerio de canelones, pecho frío y aborto de mono. Tal vez, algún "pelotudo", pero poca cosa.

Tras la despedida española y portuguesa, en fin, tras el adiós ibérico, uno va tratando de encariñarse con otras selecciones, países, en fin, literaturas mundiales. Y ahí está Uruguay. Entonces, claro, Onetti, Idea Vilariño, Levrero y su discurso vacío. Ese discurso que el argentino de abajo ha cortado de cuajo para irse a comer o a sestear, para luego retomar como si nada hubiera ocurrido, en un ejercicio perfecto de narcolepsia. Tras la memorable lluvia de ideas insultantes, tras la metralla de maldiciones dignas de ser enmarcadas, Argentina se ha quedado en un susurrante "boludo", pronunciado entre dientes. Su discurso no le llega a los que emite Valdano. Es un discurso sin traje ni corbata, de chanclas, panza y falta de afeitado. Aun así, la narración sigue adelante, inmune a la canícula y a la abundante transpiración. Y estuvo México, cuyo entusiasmo directo y azteca quedó desactivado por la finta brasileña. Y todo lo que supone Francia, con sus múltiples referencias. Y, sin embargo, ahí está Japón, de nuevo, barriendo y retirando los papeles y plásticos tras la celebración del partido, dejando el vestuario ordenado e impoluto y una nota de agradecimiento en ruso. Nos ha conmovido su juego y, sobre todo, su cortesía, su educación, su impecable forma de encajar la derrota. Viva Japón, dicho sin gritar.

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