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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Inquina

En el Diario de Mallorca del miércoles figuraba una jugosa entrevista político-artística al conocido pregonero, artista él mismo, Miquel Àngel Joan, Llonovoy. La firmaba una periodista afilada, M. Elena Vallés, de la que procuro no perderme ninguno de sus trabajos. A veces, en los más insospechados lugares, encuentra uno las claves para esclarecer cuáles son las líneas de fuerza que definen, no sé decir si el pensamiento o el sentimiento, de determinados colectivos. En el caso de los artistas, a las pruebas me remito, lo hegemónico es el sentimiento. Soy muy consciente de que circunscribir la sensibilidad o el pensamiento de un artista a la de todo un colectivo implica una extrapolación grosera; nada hay más individualista que un artista. A pesar de todo, y disculpándome de antemano por la simplificación, sí hay pautas que permiten generalizar. Otra característica que creo necesario señalar es, en el género de la entrevista, la casi obligada complicidad entre entrevistador/a y entrevistado/a. Así, es impensable que ambos no pertenezcan, de una u otra forma, al mismo gremio, en este caso la cultura; aunque si algo caracteriza a la cultura es su generalidad; por algo se empieza por la cultura general, tan ausente hoy en el espacio público.

Si hay un tema de actualidad que monopoliza el espacio público, es Cataluña. Y ésa ha sido la cuestión sobre la que han gravitado los posicionamientos de diversos artistas mallorquines, como Maria del Mar Bonet, o Miquel Barceló, por supuesto favorables al referéndum de autodeterminación del pueblo catalán ( sic). Sobre esos pronunciamientos he opinado alguna vez, reiterando la admiración que sus obras me merecen y señalando, simultáneamente, que no necesariamente puede extenderse aquella a su clarividencia política. Su relevancia social no se deriva de sus opiniones, tan fundadas (o infundadas) como las de cualquier ciudadano. Pero, no considerándome autoridad alguna para pontificar sobre la libertad del artista para opinar sobre lo divino y lo humano, me permito recurrir a una autoridad consagrada del gremio para instarles a la prudencia, en el bien entendido de que tal recurso será descalificado, por el hecho mismo de que un artista no reconoce más autoridad que el daimon a cuyas órdenes se pliega: Goethe, quien exhorta " Bilde, Künstler, rede nicht!" ("¡Crea, artista, no hables!"), una advertencia estética, pero también una sutil advertencia política.

La periodista inquiere al artista con un interrogante que es toda una declaración de principios: "¿No ve engaño en los programas electorales?"

Es tanto como espetarle que si le responde que no es que pertenece al conjunto de los creyentes en la perfección de lo inexistente, pues sólo lo inexistente tiene acceso a la perfección. No querría recurrir a Tierno Galván, que situaba los programas en el ámbito de la mera ilusión, porque sería tanto como identificar política con ilusión, es decir, mera representación sin verdadera realidad, capaz de inflamar como hipérico el corazón de progres como Cristina Almeida o de derechistas sin recato como Cospedal, porque realidad es la política por muy deleznable que pueda ser. Naturalmente, Llonovoy responde que sí, pero lo circunscribe al momento presente: "la política es mentira así como está el sistema". ¿Era verdad cuando mandaban Rajoy, Zapatero, Aznar, González, Calvo Sotelo, Suárez, Arias, Carrero, Franco, Negrín, Don Ale, Azaña, Primo, Maura? Felipe II, Carlos V? ¿O es que la política es siempre mentira esté como esté el sistema?¿O qué va a ser si forma parte de la vida?

Dice el artista que en Cataluña hay mucha rabia, dolor y tristeza, que está claro que todos (los presos políticos, claro) deberían estar ya fuera de la cárcel. Se pregunta cuándo se acabará esta inquina. Está claro que los nacionalistas, con los que se solidariza Llonovoy, son víctimas nuevamente del poder imperial de la eterna España negra, inquisitorial, intolerante, cabeza del catolicismo; aunque sólo pueda imperar sobre Cataluña, tierra donde la gente nacionalista es limpia y noble, culta, rica, libre, desvelada y feliz. Cómo solidarizarse con gentes que también viven en Cataluña pero que son, como dice su presidente, Torra, españoles, "bestias carroñeras, víboras, hienas, bestias con forma humana, que destilan odio", "se les puede considerar como un elemento de raza blanca en franca evolución hacia el componente racial africano-semítico" (visigodos contaminados por la morisma y la judería), que merecería el aplauso entusiasta de Guillermo de Orange y de todos los libelistas luteranos y calvinistas que urdieron La Leyenda Negra contra el Demonio del Mediodía.

La última pregunta es la decisiva: "¿Vivimos en un Estado fascista?" Es, o provocación o sutil idiolecto de tribu. No se puede hacer la pregunta en serio sin admitir la posibilidad de que la respuesta sea positiva. "Sí. Es fascista a nivel económico-político, por este orden. Basta escuchar a Casado, Rivera y compañía". El pensamiento expuesto es, sin duda, el más brillante entre los más brillantes emitidos, sean de Rufián, Iglesias, Valtonyc o Puigdemont, los más certeros de esa nueva generación de ilustrados que arremeten contra la España inquisitorial. Del sentimiento, ¿qué vamos a decir?, que la inquina es una destilación del espíritu español, miasma pestífero donde los haya. ¡Puaj!

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