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Joan Riera

TEMPUS EST IOCUNDUM

Joan Riera

Derecho a conocer, derecho a olvidar

Los robos de niños ocurrieron durante la dictadura, pero tuvieron su epílogo en los primeros años de la democracia

Mujeres embarazadas embarcadas hacia Mallorca para traficar con sus bebés. Mercancía humana. El recibo manuscrito de una madre que renuncia a su hijo a cambio de dinero. Son 5.000 pesetas -hoy serían 30 euros-. El precio de un niño de 1969. Se llama Miguel Morro y él ha querido saber. Silencios y voces quedas. Diario de Mallorca lo ha contado esta semana. Neonatos supuestamente muertos en el Hospital General sin que sus madres vieran el cadáver. Un chalé de Binissalem convertido en granja de mujeres encinta, en definición de Jaume Santandreu. Rescates de película de algunas que, pese a la lacra social, no querían renunciar a su maternidad. Ocurría aquí.

En Madrid, una monja llamada sor María, murió antes de ser juzgada por tráfico de bebés. El doctor Vela ha llegado al banquillo de la Audiencia Provincial para perder la memoria cuando le interrogaban las acusaciones. Negocios turbios.

Nada de eso sucedía bajo la dictadura distante del general Videla. En Argentina. Con las madres y abuelas de la plaza de Mayo exigiendo conocer dónde estaban sus hijos y nietos. "Vivos se los llevaron, vivos los queremos". Esos que desaparecieron en los vuelos de la muerte. Esas que parieron y les arrebataron a los recién nacidos para entregarlos, muchas veces, a sus torturadores y asesinos.

En España, en Mallorca, la ignominia ocurrió bajo la férrea mano de otro dictador. Se llamaba Francisco Franco. Se levantó contra un Gobierno legítimo. Provocó una guerra civil. Organizó una represión en la que los fieles al orden constitucional eran calificados de rebeldes, juzgados, se saqueaban sus bienes y, a veces, se les asesinaba. Es el dictador que está enterrado en un mausoleo estatal construido con el sudor de prisioneros esclavizados. Y algunos que se llaman demócratas y constitucionalistas defienden, con sus palabras o sus silencios, que el Valle de los Caídos siga siendo un monumento para homenajear al creador de un régimen fascista. "Otros asuntos son prioritarios", dicen. Pero cuestan más o son difíciles de alcanzar.

Los robos de niños ocurrieron durante la dictadura, pero tuvieron su epílogo en los primeros años de la democracia. Hoy, cuatro décadas después, las víctimas de este tráfico inhumano tienen dos derechos: el de conocer y el de ignorar.

Algunos supieron su verdadero origen porque los padres que les criaron y educaron les contaron la verdad. Incluso les mostraron documentos sobre el tráfico de niños. Arrepentimiento, necesidad de reconciliarse con el pasado y con sus hijos. Quizás la creencia de que el tiempo todo lo borra. En otros casos, los afectados sospecharon algo extraño en sus orígenes. Un comentario de sus supuestos progenitores. Una indiscreción de un familiar. Unos documentos extraños.

No importa cómo lo supieron. Algunos decidieron indagar. Y se encontraron con un camino plagado de obstáculos. Archivos desaparecidos. Testigos mudos que se negaban a contar lo que sabían. Una legislación obsoleta. Una Justicia poco interesada en desvelar estos misterios. Una sociedad que prefería extender un manto de oscuridad sobre un pasado poco edificante.

Sin embargo, quien quiera saber tiene derecho a que el Estado, culpable por no vigilar, cuando no colaborador activo en los robos, le facilite el proceso. Archivos abiertos. Colaboración de los funcionarios. Medios para indagar. Un sistema judicial activo. Todo y más es lo que se merecen quienes vieron cambiado su destino contra su voluntad y sin su conocimiento. Algunos defenderán que a mejor, pero eso nadie lo garantiza.

Pero tan lícito es el deseo de llegar hasta el final como el derecho a desconocer. La paternidad o la maternidad no solo se ejercen por la vía biológica. Por tanto, quienes sientan que su familia legal les llegó por la renuncia de la natural, pueden sentirse cómodos en el silencio. En el desconocimiento, transformado en una coraza contra el dolor.

Por eso, tan legítima es una opción como la otra. La cuestión es que quienes estuvieron en un infierno antes de nacer, elijan su modo de ser felices.

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