Al poco de cumplir los veinte años, mientras realizaba una tanda de ejercicios espirituales, el novicio jesuita Paolo Dall´Oglio vio escrita en el cielo la palabra "Islam". No supo qué hacer ni qué pensar de aquella visión. Era un muchacho inexperto que lo desconocía todo del mundo musulmán. El padre Arrupe -general de la orden en aquel momento- le sugirió que fuera a Beirut a estudiar árabe y Teología islámica en la universidad que los jesuitas tienen en esta ciudad. Allí se ordenó en el rito católico de los sirios. De vuelta a Italia, se doctoró con una tesis sobre el concepto de esperanza en el Corán. El diálogo entre religiones y culturas -diría más adelante- sólo es posible si se asienta primero sobre aquellas experiencias que tenemos en común y que podemos compartir: la misericordia, la esperanza, la caridad... A principios de los años ochenta conoció la existencia de un monasterio en ruinas en el desierto de Siria. Era un edificio abandonado que se confundía con la inmensidad de arena. Allí iniciaría una experiencia inusual: la de refundar un monasterio cristiano caracterizado -son palabras de Navid Kermani, a quien sigo para este breve esbozo biográfico- «por el amor al islam». «Sin que los rituales católicos se diluyeran -escribe el ensayista alemán-, poco a poco el padre Paolo iba entrelazando elementos de la práctica de la fe musulmana, en particular de la sufí, en la rutina religiosa de la comunidad, por ejemplo, el Dhikr, la repetición melódica de nombres aislados y de formulas religiosas. También acostumbraba a considerar en el catecismo con frecuencia una perspectiva coránica, y huelga decir que en el ramadán los miembros de la orden ayunaban con los musulmanes de los pueblos colindantes. Así, el monasterio de Mar Musa se convirtió en un lugar no sólo de diálogo, sino de convivencia y de oración conjunta de las religiones». Años más tarde, en julio de 2013, el padre Paolo sería apresado por los yihadistas de ISIS cuando intentaba mediar en la ciudad siria de Al Raqa. Nunca regresó. No se sabe si fue asesinado, como indican algunas fuentes, o si permanece secuestrado en alguna región todavía bajo el control del ejército islámico. Su sacrificio nos habla también del odio ideológico que amenaza una y otra vez a aquellos que se atreven a avanzar por terreno fronterizo, ajenos a las certezas de los dogmas.

El testimonio de Dall´Oglio constituye uno de los capítulos centrales del fascinante libro que ha escrito Navid Kermani sobre el cristianismo, titulado Incrédulo asombro (ed. Trotta). Autor alemán de origen iraní, Kermani es uno de los grandes intelectuales musulmanes de nuestro tiempo, a pesar de ser poco conocido en España. Íntimo amigo del novelista Martin Mosebach -en el libro, su "amigo católico"-, en Incrédulo asombro Kermani contempla el gran arte cristiano, su legado histórico, con la mirada luminosa de quien conoce profundamente las tradiciones de Occidente y de Oriente Próximo. Al igual que George Steiner ha examinado en sus libros el corazón de Europa con los ojos de un judío, Kermani lee el cristianismo con los ojos de la poesía, la cultura y la religiosidad islámicas. ¿Cómo interpreta un musulmán la belleza de las obras de arte cristianas? ¿Qué puede decir de una imagen de la Crucifixión, de un icono bizantino, de los cuadros de Caravaggio o de la piedad que expresa un Durero? ¿Qué nos puede contar sobre los relatos bíblicos o la historia de los santos, sobre el papel de las cruzadas en la configuración de los dos mundos -Oriente y Occidente-, sobre la mística sufí y su influencia en nuestros poetas, sobre la pervivencia de Aristóteles en Europa, sobre el deseo sexual y la sublimación del sufrimiento?

Y la respuesta es que mucho, porque acaso -como se pregunta el padre Paolo Dall´Oglio- «¿existe una sola cultura completamente originaria y que no sea el resultado de procesos de fermentación, experiencias dolorosas, estímulos externos, adopciones y fecundaciones recíprocas?». España y Europa, nuestra civilización, son hijas de esta pluralidad que no podemos desligar ni de nuestro presente ni de nuestro pasado. A pesar de que desconozcamos nuestro pasado. O quizás precisamente por eso.