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Antonio Papell

La recuperación del bipartidismo

La víspera de la moción de censura que ganó Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy, algunas encuestas aseguraban que Ciudadanos había adelantado al Partido Popular, sumido en un ya permanente declive, en tanto el PSOE trataba dificultosamente de mantenerse al nivel de las dos formaciones conservadoras y Podemos intentaba zafarse del cuarto puesto, a no mucha distancia de los socialistas. La fractura del espectro político en cuatro fuerzas principales de semejante envergadura parecía irremisible; el PP estaba viéndose gravemente afectado por el tableteo en los tribunales de los casos de corrupción, el PSOE tenía grandes dificultades para hacerse notar, entre otras razones por la ausencia de Pedro Sánchez del Parlamento y por la actitud de ciertos medios de comunicación teóricamente afines, y Podemos se debatía en su diversidad interna sin haber resuelto la contradicción entre sus dos alas. Cundía, más o menos solapadamente, la sensación de que la escena política había decaído, de que los graves problemas pendientes -el de Cataluña en primer lugar- podrían ser contenidos pero no resueltos, de que la grave crisis había vaciado la democracia política y nos había dejado en manos de organizaciones huérfanas y desvalidas. De hecho, era manifiesta la alergia de todos los actores a unas nuevas elecciones, que sólo hubieran servido para reafirmar la mediocridad de las opciones concurrentes.

La moción de censura ha sido, evidentemente, un revulsivo. Mucho más poderoso e intenso de lo que pareció al anunciarse. Pedro Sánchez, un líder en apariencia desvanecido, cobró un impulso inaudito y dominó la liturgia del acontecimiento con inesperada maestría. Prodigiosamente, consiguió unir voluntades a su alrededor, con la única contrapartida de provocar el cambio, de conmocionar la situación, de poner fin a la agonía. Pero lo más llamativo es que a la llamada del secretario general, se ha puesto en pie un ejército de profesionales que estaban a otras cosas, y que no han vacilado ni un segundo en ubicarse al servicio del interés general cuando han sido convocados para ello. Junto a Borrell, reminiscente luchador de la etapa de Felipe González, otra generación -la de Nadia Calviño, para entendernos- que brillaba en otras ocupaciones se ha apresurado a situarse al pie del cañón para defender el futuro en riesgo. Un banquillo poblado de profesionales de fuste está cubriendo en cuestión de días los puestos clave de una administración que no se ha resentido de vacío alguno y que seguirá funcionando, aunque hacia otra singladura tras el cambio de timonel. Sin sectarismo ni sobresaltos: los márgenes de la pertenencia europea son los que son y no admiten bandazos.

Pero no sólo el socialismo, que temía haberse marchado por el sumidero de la historia como el francés, ha resucitado cargado de posibilismo: también el Partido Popular, conmocionado por el gran trauma, ha rejuvenecido súbitamente, una vez que ha pagado -ahora sí- la responsabilidad política por el gran desaguisado que ha llegado a poner en peligro al régimen mismo. Una formación caduca, personalista, dirigida con mano de hierro y por tanto sin iniciativa, ha descubierto de un plumazo la maravilla de la democracia interna. Las caras de los candidatos, liberados del eterno yugo de su propia historia, muestran inocultable felicidad porque se han quitado de encima una gran losa y están en condiciones de llevar a cabo una renovación, definitivamente abierta y pluralista, en que los cargos ya no son taumatúrgicos ni las asambleas monocordes. Los principales líderes compiten entre sí y emprenderán un nuevo e intenso viaje hacia la hegemonía y el poder? que volverán a ostentar cuando les llegue la hora.

Ciudadanos, que tocaba el cielo con la punta de los dedos, ha sido la víctima de toda esta conmoción. Había logrado imponerse a la decadencia del PP, y la dificultad del PSOE para hacerse presente parecía entregarle un gran espacio central. La recuperación de PP y PSOE le ha dejado nuevamente sin sitio, en ese lugar angosto de los partidos bisagra, cuyo espacio vital es siempre incierto. Y Podemos, ubicado en el lugar de IU, parece aceptar con deportividad que no tiene más remedio que secundar el giro. Diríase que el bipartidismo ha vuelto, esta vez para quedarse.

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