Diario de Mallorca

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Joan Riera

TEMPUS EST IOCUNDUM

Joan Riera

El Mundial de los inmigrantes

El artista Miquel Barceló cuenta en sus 'Cuadernos del Himalaya' su encuentro con el rey de Mustang. Este territorio pertenece a Nepal, tiene apenas tres ciudades, unas decenas de villas menores y ocho monasterios. El felanitxer relata que su palacio es "un poco más grande que las casas de la capital" y que el ganado "ocupa la planta baja y hace de calefacción, como en todas partes". Tras ser presentado como un pintor de fama universal, Barceló se sintió en la obligación de "soltar saludos de parte del rey de España". A lo que el monarca tibetano respondió: "Champions of the world football!". Y añadió que los holandeses merecieron una tarjeta roja en la primera parte de la final de Johannesburgo. La escena se repite en palacio y en las tabernas, donde al conocer el origen del artista todos reaccionan con un "¡ Villa! ¡ Iniesta! ¡ Torres!".

La anécdota sirve para ilustrar que en estos días nos encontramos ante el acontecimiento global más seguido del planeta. En los lugares más remotos se sigue el Mundial de fútbol. En cada país se exacerba el nacionalismo deportivo y una victoria o una derrota pueden disparar el alborozo o la tragedia.

La competición coincide con un debate que recorre Europa y EE UU: el de la inmigración. Pedro Sánchez es acusado de generar un efecto llamada con la decisión de acoger en el puerto de Valencia a los náufragos del Aquarius. Donald Trump, hijo de inmigrantes, casado con una inmigrante y presidente de un país de inmigrantes, practica una política inhumana al separar a los hijos de espaldas mojadas de sus padres. Angela Merkel se enfrenta a una crisis de Gobierno porque sus socios social cristianos (?) de Baviera exigen mano dura frente a los extranjeros.

Y, sin embargo, quienes agitan banderas en el Mundial de fútbol lo hacen para animar a unas selecciones nacionales plagadas de migrantes, sobre todo las europeas. Por ejemplo, el delantero centro español, Diego Costa, es de origen brasileño. La selección francesa ganadora del campeonato de 1998 era una legión extranjera plagada de argelinos, marroquíes, senegaleses y otros futbolistas originarios de antiguas colonias galas. Sin duda Zinedine Zidane era el más emblemático. Este año, apenas cinco seleccionados de los bleu son franceses por los cuatro costados.

Inglaterra alinea en su once a jugadores de sus antiguas colonias. Alemania, dirigida por Joachim Löw, ganó el anterior campeonato, en sus alineaciones cuenta con futbolistas de origen turco, español, tunecino... Suecia construye su grupo sobre la base de los hijos de miles de exiliados que fueron acogidos en el país. En Rusia juega un tal Fernandes, que no nació en la fría estepa, sino en el cálido Brasil.

La lista podría continuar. Si trasladásemos la lupa a los grandes clubes de fútbol europeos la lista de inmigrantes sería inagotable. El senegalés, el egipcio o el nigeriano que llega en una patera puede ser rechazado por los mismos que se rinden ante un compatriota que corre sobre el césped en pantalón corto.

Pretendemos un mundo global para los futbolistas, y para los grandes deportistas en general. Redactamos leyes ad hoc para que paguen menos impuestos y nos mostramos condescendientes con defraudadores como Cristiano Ronaldo o Leo Messi. Las grandes empresas aspiran a vender sus productos en todo el mundo sin aranceles y, si pueden, sin pagar impuestos en los países en los que acumulan beneficios. Disponemos de una movilidad casi absoluta. En unas horas podemos trasladarnos desde Palma a China o a México. Derribamos algunas fronteras, pero cuando se trata de personas en busca de un futuro mejor o que, simplemente, intentan no morir de hambre o guerra, nos escandalizamos, nos asustamos y exigimos alambradas con concertinas y más policías.

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