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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Recosiendo el bipartidismo

A la tarea de reconstruir el artefacto bipartidista es a lo que se están afanando el PSOE y el PP. Pedro Sánchez ha roto su silencio tras prometer como presidente y nombrar al ministro más breve de la democracia, el que tachó como jauría a los críticos con su fraude fiscal. Lo ha hecho a lo grande en TVE, donde los periodistas se prohíben a sí mismos incomodar al poder. Sin cortarse ni un pelín, Sánchez ha hecho honor a sus antecedentes, los de decir en cada momento lo que cree que más le conviene, aunque contradiga lo dicho antes. Si nos ha convencido de que es un líder audaz, de que va ganando desparpajo y dominio gestual en la ejecución de cualquier engaño, también lo ha hecho en lo acertado que fue el diagnóstico de El País sobre su persona, coincidente con el realizado por este columnista: "un insensato sin escrúpulos"; aunque de eso dé muestras inequívocas de arrepentimiento el diario de referencia.

Además de demostrar su talla de estadista colocando más allá de sus méritos, en buena lógica partitocrática, a quienes le rindieron fidelidad, ya ha dicho, desmintiéndose a sí mismo en su discurso en la moción de censura, "convocaremos elecciones, sí. Cuanto antes, por supuesto", por "aspiro a agotar la legislatura y convocar elecciones en 2020". Ya no se va a reformar el sistema de financiación autonómica ni se va a proceder a la derogación de la reforma laboral. Aquellas cuestiones, todas ellas candentes para el país, que puedan amenazar su sitial van a ser enviadas al limbo de la modernización pendiente. Es lo que posibilita un gobierno con ochenta y cuatro diputados. Pero no se ha contentado con su partido, ha declarado, contra toda evidencia judicial, "yo nunca voy a decir que el PP es un partido corrupto". Le faltó decir, como Felipe, que Feijóo, o cualquiera de los candidatos del PP, tiene el Estado en la cabeza. Si TVE nos mostraba a un Rajoy de holgados calzones y blancas y delgadas piernas en pleno esfuerzo en sus caminatas por las sendas gallegas, braceando con escasa elegancia, ahora nos ha ofrecido imágenes saludabilísimas del nuevo líder, mostrando su atlética percha, estirándose, trotando, sobrado, por los jardines de la Moncloa, besando cariñosamente a Turca, su perra, en la escalinata de la residencia presidencial. No hay color. De momento los recientes sondeos apuntan a una subida en estimación de voto de casi cinco puntos. Nos esperan dos años escasos en modernización pero pletóricos en proclamas buenistas, la momia de Franco y el momio de las naciones de la nación.

La otra pata del bipartidismo, el PP, está en trance de reconstruirse, sin que podamos aventurar el resultado de una operación inédita en el partido alfa de la derecha española, en la que ninguno de los candidatos/as parecen dotados de la resistencia de quelonio a la fatiga de materiales con la que está construido Rajoy. El resultado sólo se podría conjeturar si se consultara a María Jesús García Pérez, la jueza investigada por el Consejo General del Poder Judicial por ejercer como pitonisa. La jueza, que ha compatibilizado su función judicial con la de estríper en Canarias o la del juzgado de vigilancia penitenciaria número 3 de Lugo con la de tarotista y vidente, que acude a la citaciones con su micifuz, una revitalizadora del Celtiberia Show de Carandell, parece la única capaz de adivinar el misterio envuelto dentro de un enigma del futuro liderazgo del PP. Feijóo se descartó el lunes de la carrera después de mantener una semana en vilo a la muchachada pepera. Menos mal. Después de escuchar su renuncia tras interminables circunloquios en torno a la coherencia, la incoherencia, la contingencia, la palabra dada, la mayoría absoluta y, finalmente, lo que faltaba, haciendo pucheros, llegué a la conclusión de que su parodia gallega habría empeorado notablemente la de Rajoy. El aparato del PP, desconsolado y desorientado. Malas lenguas avisan de que esa flojera final nada tiene que ver con el amor a Galicia sino con la ausencia de aclamación unánime y los presuntos dosieres en los que lo menos significativo son sus fotos en yate con el narcotraficante Marcial Dorado.

De otros candidatos, García, Bayo, Cabanes, poco se sabe. Bauzá, ¡cielos!, ya no está. De Margallo, recuerdo un debate con Junqueras, poca cosa comparado con el del uno de sus sustitutos al frente de Exteriores, Borrell, que hizo patente la frivolidad y las insuficiencias de los independentistas. De Cospedal, ¿qué vamos a decir?, ¿sus oscuros manejos económicos en Castilla La Mancha?, ¿sus trabalenguas argumentales o sus mentirijillas en diferido sobre Bárcenas?, ¿su emocionante dedicación al futuro laboral de su marido? ¿De Sáenz de Santamaría?, ¿que es la chica de Rajoy?, ¿que le gusta posar en negligé en portadas de revista?, ¿que es una buena parlamentaria?, ¿que de plenipotenciaria de Rajoy en Cataluña fue un estrepitoso fracaso?, ¿que por mucho que se odie con Cospedal comparte con ella los desvelos por el marido? ¿Qué podríamos decir de Casado, la gran promesa renovadora?, ¿que es un petimetre peso mosca, con la ambición, pero sin el encanto, de Julien Sorel?, ¿que la Universidad Rey Juan Carlos ha advertido a la jueza que investiga presuntas irregularidades de su máster que no hay rastro de las convalidaciones de sus asignaturas por la licenciatura de derecho; que no hay constancia documental de la composición de la comisión de adaptaciones y convalidaciones invocada? Malos, malos augurios para la otra pata carcomida del bipartidismo.

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