"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón. -Conforme El porquero. -No me convence"

Antonio Machado: Juan de Mairena

on esas mismas palabras el hombre bueno que fue Antonio Machado inauguraba su Juan de Mairena, un apócrifo profesor de retórica que algo de tenía de su abuelo Antonio, de Giner de los Ríos y de él mismo. La afirmación de Machado podría traducirse de un modo casi informal «lo que es, es», pero ¿qué es? Tan pronto uno dice que es verdad algo, otro puede decir, como el porquero de Agamenón, que no le convence. La verdad es un objeto elusivo, se sabe que está, pero no se sabe muy bien dónde hallarla. ¿Y por qué es tan importante? Quizás porque decir de algo que es verdad es lo mismo que encontrarse con eso mismo como realidad metalingüística; no es poca cosa. El ser y la verdad parecen ir, de alguna extraña manera, de la mano. Aunque esto en harina de otro costal. En cualquier caso, lo que podemos afirmar es que hay muy diferentes teorías acerca de qué es la verdad y, tarde o temprano, el filósofo tiene que hacerse con alguna, aunque sólo sea a modo de ensayo porque no da más de sí. Pese a todo esto, hay consecuencias, no es lo mismo defender una teoría correspondencialista (correspondencia entre el decir y el ser) que ser un coherentista (lo importante es que el discurso sea coherente, que no haya contradicciones). En cualquiera de las opciones el mundo se nos aparece de distintas maneras.

El tiempo presente nos ha sido dado bajo diferentes denominaciones: Modernidad Líquida (Bauman), Postmodernidad (Lyotard), Sociedad de masas, del conocimiento y de la información y así suma y sigue. Muchos nombres para un tiempo de la inmediatez. Las consecuencias filosóficas de este período postmoderno o de modernidad líquida son el relativismo (todo vale lo mismo) o la existencia de microrrelatos (ya no hay grandes relatos como el relato bíblico). Y ahora nos encontramos con un nuevo concepto que se repite hasta la saciedad en los medios: Postverdad. Si no tenemos muy claro qué es la verdad, plantearse la postverdad es todavía más difícil. Pero ante tal enfermedad lo que conviene es hacer una buena anamnesis, hacer memoria, aunque sólo sea desde 1992, cuando el dramaturgo de origen serbio, Steve Tesich publicó un artículo en el periódico The Nation el 6 de enero de 1992 intitulado A Government of Lies, es decir, Un gobierno de mentiras. En el año 2006 fue elegida palabra del año por los Oxford Dictionaries. Y ahora, en lo que los periodistas han denominado «la era Trump», el césar de los Estados Unidos en competición con el zar de todas las rusias y el emperador de la China, vuelve a aparecer mientras Europa se vuelve cada vez más líquida por no decir diarreica. El término suele definirse como la apariencia de verdad, de modo que la apariencia es más importante que la propia verdad y, como cabe ya intuir, es un término generado en contextos periodísticos. Sin embargo, no es nada nuevo, es la vieja sofística tal como Platón la entendió, el mundo de las apariencias o de la retórica populista que no hace justicia a los hechos del mundo sino que responde a intereses particulares que se sirven de artimañas retóricas. De forma que el ars bene loquendi es un arte ilusorio que, mal empleado, conlleva la movilización de masas por simple repetición hasta la saciedad de mostrar lo que no es como apariencia de lo que es. ¿No teníamos ya bastante con el problema de la verdad, dijérala Agamenón o su porquero?

Y si esto es así, cabe preguntarse ahora si no existe tal cosa como un hecho al que podamos remitirnos para poner de acuerdo a Agamenón con su porquero. Si el porquero es un pícaro, posiblemente sea un buen candidato para defender la postverdad y, en consecuencia, se invente los hechos. Pero inventar, sacarse los hechos de la manga, no es lo mismo que construirlos. Una construcción de hechos se da siempre en un determinado marco de creencias y, como si de una red se tratara, lanzamos estas contra aquellos. No nos viene nada dado, eso es un mito, pero tampoco flotamos en el vacío. La razón tiene sus reglas y éstas no son un fiel reflejo de las cosas tal como un observador externo pudiera decir que son, son cosas para nosotros y nosotros asimilamos las cosas como podemos a fin de adaptarnos a la realidad que, misteriosa, inexorablemente nos golpea. Los hechos se construyen, no se inventan, cuando se inventan son espejismos de hechos, pero no hechos. Hay un tribunal irrebatible, nuestras construcciones funcionan mejor o peor o, en el más tremendo de los casos, no sirven para nada. La postverdad tiene lugar en las arenas del desierto de la crítica y el librepensamiento, es decir, en el lugar donde nada se cuestiona y todo se acepta, Agamenón, si se vuelve socrático, hablará con su porquero y no simplemente sentenciará.

* Profesor contratado doctor en la facultad de Filosofía y Letras de la UIB