Impresionados por la noticia de la posible desaparición del bachillerato de Humanidades del Instituto Joan Alcover de Palma, los que sentimos auténtica pasión por el patrimonio cultural que nos antecede no podemos más que manifestar nuestra más profunda desolación, no sólo como cruel forma de revelar el aparente desinterés de las actuales generaciones por su pasado más remoto y su herencia cultural más directa, quizás forzado por la dinámica laboral economicista, sino porque sea ese histórico instituto de la capital de Mallorca el que lo evidencie.

Como antigua alumna del citado centro me siento francamente triste por esa noticia ¿Cómo un referente de nuestras instituciones de enseñanza ha podido llegar a esta situación de mengua? ¿Cómo un centro que ha tenido, y aún tiene, entre sus profesores a los más preparados de Mallorca, se quede sin embargo sin formadores en una asignatura como la de Humanidades? ¿Cómo se llega a este fracaso que la deja caer y casi nadie impulse (impulsa?) su permanencia? ¿Todo tiene que supeditarse a un quórum? ¡Lástima!

Sin embargo el problema no es actual y viene de mucho atrás, de hace más de treinta años cuando se puso de relieve el menosprecio por las conocidas tristemente como "lenguas muertas", la lengua latina y la griega antigua, y se zanjó su eliminación de la enseñanza obligatoria -conocida ahora como ESO- y que afectó a todos los centros.

Pero volviendo al Joan Alcover, la generación que tuvimos a catedráticos como Daniel Monzón de Literatura, Manolita Alcover de Historia, el padre Antoni Garau de Lengua latina, Sara Moscardó de Lengua griega, Aina Moll de Lengua francesa, o a Pellicer de Ciencias Naturales, Suñer de Matemáticas, etc., no seríamos lo que ahora somos sin sus enseñanzas tan generosamente compartidas. En esta nota no nos queremos referir solo a la vinculación de esas primeras asignaturas citadas, entroncadas en la "rama de letras" -ni siquiera a la Arqueología, mi especialidad-, sino a la de "ciencias", porque es sobre todo, en esta última, donde es imprescindible la formación humanística.

La Medicina, la Física, la Química, la Biología, etc. son avances que no sabríamos identificar si no tuviéramos el conocimiento debido de la etimología grecolatina, sobre todo de su enunciado -de ese primer nombre recibido en la historia de la Humanidad- de unas ciencias que practicaron los habitantes del otro lado de la cuenca mediterránea, que probablemente no serían los primeros en ponerlas en práctica, pero que tuvieron el grado de civilización sobrado para inventar y desarrollar esas disciplinas (y otras), darles nombre propio y a los elementos que las integran. Lo que probablemente no se imaginaban es que esa nomenclatura permaneciera inalterable y fuera utilizada por la Humanidad entera siglos después, a pesar de los pesares. Por tanto, no somos dignos de su olvido; somos herederos de esas culturas, estamos obligados a conocerlas, y su desconocimiento sería equiparable a no saber por desidia, acomodo o necedad, quienes eran nuestros abuelos, cómo se llamaban o de dónde procedían; unos conocimientos básicos para el crecimiento de una persona.

En conclusión, no deberíamos privar a los futuros alumnos -ni siquiera podemos pensar en los actuales desinteresados-, repito: a los futuros alumnos, de una herencia tan preciada como necesaria. Quizás haya que esperar una época de mayor bonanza cultural para que las asignaturas de Humanidades vuelvan a tener el interés de siempre, quizás procurar su difusión sería lo más adecuado para su permanencia, pero nunca su desaparición, aunque haya tan sólo un alumno que las quisiera aprender. ¡Amén!

* Socia de Honor de ARCA