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Me dicen que el nuevo presidente de la Generalitat ha amenazado con llevar a los tribunales -sala de lo penal- a quien le llame nazi. Pero bueno, don Quim, ¿dónde queda el valor supremo de la libertad de expresión del que usted habla tanto? ¿No se trataba de una exigencia irrenunciable expresada mediante el símbolo de los lazos amarillos? ¿No era, entre todas las libertades que se reclaman, la de palabra la de mayor altura?

Aunque hay que reconocer que es natural que el molt honorable se enfade porque el presidente Torra, se mire como se mire, no es un nazi. No va vestido con botas de montar, pantalones bombachos y chaqueta con hombreras. No luce la esvástica, ni del derecho ni del revés. No se parece lo suficiente al personaje que encarna de manera soberbia Charlot en El gran dictador. De hecho, da la impresión de que ni aplicándose a ello habría pasado un examen riguroso para entrar en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, no al menos en su nomenclatura de élite, que es el lugar que correspondería como mínimo a quien aspira a fundar y presidir una república.

Pero, ¡ay!, si existe algo que caracteriza sin duda alguna a nuestra época es el uso extendido de metáforas. Los tertulianos de la radio y la televisión dicen que compran las opiniones de los otros; nos pasamos tres pueblos a la hora de exagerar e incluso llamamos inteligentes a los teléfonos sin el menor reparo. Siendo así, lo de nazi corresponde con tales usos metafóricos. Ninguno de los que llaman así al presidente Torra piensa que éste guarda en el cajón de la mesa de noche el carnet de afiliado al NSDAP, que era el acrónimo del partido nazi de veras. Lo que se le está echando en cara es que sus ideas se parecen en mayor o menor medida a las que los nazis defendían. Es más; imaginemos que cabría cambiar un poco el guion de la película aquella que enseñaba a un Hitler redivivo y hacerle conocer a Torra. ¿Se caerían bien?

Si la respuesta debe ser positiva o negativa es materia de ucronía política. Y a lo que íbamos es al uso de nazi como adjetivo en la otra política, la real, por más que el soberanismo presidido (a medias) por don Quim Torra abunda en la complacencia sólo cada vez que logra trasladarse a un mundo imaginario. Uno en el que, por ejemplo, cualquiera que llame nazi a don Quim sea fusilado de inmediato, en términos metafóricos de momento y mientras no se aclaren más las cosas. Porque, ¿para qué perder el tiempo con procedimientos penales que, encima, van a tramitar los jueces españoles, es decir, los seres más odiados de todos? No; ni denuncia, ni querella, ni recurso; fusilamiento moral primero y ya veremos en qué queda más tarde. Sobre todo con aquellos que invocan el animus jocandi, la figura que libraba a veces de ir a la cárcel en la época de Franco. Si el propio presidente Torra -con todo lo que ha dicho sobre los españoles- no se amparó nunca en la broma, al paredón con los que le llamen nazi.

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